sábado, 7 de abril de 2012

EL MONTE Y EL RÍO





Cantaba el trovero; Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer?. ¿Qué hacer? No hemos resuelto este interrogante fundacional y los que tienen todas las respuestas sacan pecho revolucionario, sin caer en la cuenta de que a lo mejor no se han hecho todas las preguntas. Y los que sólo tenemos preguntas somos un lastre, una carga intelectual para unos tiempos en los que, es posible, que haya que definirse con audacia y sin remilgos.

¿En qué parte de la plaza pública hemos de posicionarnos? ¿En la retaguardia auscultando los errores metodológicos e incluso gramaticales del panfleto y la consigna? ¿O acaso debemos dejar la retórica a un lado y empuñar por lo menos la bandera, sostener la pancarta, jalear desde el megáfono?

Las oficinas de empleo, negando el alivio que representaría el rigor de su nombre, las colas en las casas de caridad y misericordia, las mujeres que limpian los edificios de oficinas mientras sus maridos beben el vino triste del subsidio en las tabernas, los hijos que no podrán seguir estudiando porque la bestia ha decidido su horizonte, su fracaso y hasta su salario. Los viejos que recuperan después de algunas décadas la litera y las sábanas otrora juveniles para recibir a los vástagos que huyeron del hogar para hacer su vida, y vuelven, con las manos en los bolsillos, con la mirada enturbiada por el fracaso y la tristeza.

Las guarderías y los colegios de enseñanza primaria, con tantos hombres en la puerta recogiendo a los chiquillos, los automóviles aparcados sin combustible y sin seguro, las parcelas invadidas por jaramagos y bichos, los que barajan cada día en la ventana del sexto sin ascensor la posibilidad del suicidio, los que ya no se aman porque se les ha escapado el tiempo, las madres que venden el oro y las alhajas para pagar el alquiler, los desahuciados agachando la cabeza ante la brutalidad financiera, los muchachos viendo pasar el tiempo en las casa puertas, mendigando un litro de cerveza más, una chinita para hacerse un porro, una esperanza para recuperar el bendito territorio de la edad y de la risa.

He visto ya la desesperación en los ojos de muchos hombres y mujeres, he sentido la garra monstruosa del capital gravitando sobre cada uno de mis días, vivo y vivimos los míos, la gente que conozco, humillados y ofendidos por ellos, porque ya hemos decidido que hay un “Ellos” sin piedad y multiforme, falta delimitar lo más difícil, falta decir con seguridad y hasta si se me permite con un prurito de orgullo de clase, el noble “Nosotros”.

EL MONTE Y EL RIO
EN mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.

Ven conmigo.
La noche al monte sube.
El hambre baja al río.

Ven conmigo.
Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.

Ven conmigo.
No sé, pero me llaman
y me dicen "Sufrimos".

Ven conmigo.
Y me dicen: "Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,

con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo".

Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.

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