sábado, 4 de agosto de 2012

RARA AVIS


El motivo de la invitación lo ignoro. Sería cosa de que un amigo de otro amigo… y así, exasperando la cadena de casualidades,  me llegó la carta. Pagaban el viaje y el alojamiento y pondrían mi nombre en una antología con otros doscientos o trescientos genios más. La cadena de casualidades siguió su herrumbrosa trayectoria y resultó que tenía que ir a esa ciudad para hacer unas mediciones por la cosa de montar una gran librería a unos señores. De manera que junté vocación y obligación y me aproveché de una y de otra. El viaje que tenía que haber hecho de todas formas me salía gratis …y la noche de hotel. Si encima conseguía venderles la librería a los señores y , para colmo, después de la lectura arrancaba una gran ovación del respetable, es que ya sería la leche.  Al regreso me abrazarían mi esposa y mi hija y me dirían eso mismo;  “Eres la leche, papá”.

En algún momento he debido equivocarme, pensé,  cuando me dijo el taxista; “ aquí es”. ¿Aquí? Pregunté, pero es que yo voy a leer a la “Asociación poética Rara Avis”. No sé porqué  se me había metido en la cabeza que la sede de la asociación iba a estar en todo el centro y además muy cerca del futuro cliente al que tenía que medírsela (la librería). No estaba en el centro, no. Aquello era un páramo como los que se ven en Afganistán con la tierra yerma, que deben de quitarse las ganas hasta de bombardearlos, de feos y tristes que son. Había que cruzar todo eso, unos doscientos metros de erial, para llegar a una barriada y allí estaría  ubicado el centro cultural,  social o de desintoxicación de toxicómanos.

El taxista estaba deseando largarse, temeroso de los apaches que iban asomándose por los agujeros de una tapia medio caída que dividía aquel descampado en dos partes. “Mire usted, normalmente no hago esta ruta, le he traído porque está la cosa muy floja, pero el  polígono es este, la asociación que dice usted no tengo ni idea, creo que algunas veces vienen a ver si quitan de las drogas a los chavales unos cuantos maricones y un cura, pero vamos, que estos pajarracos ya no tienen remedio”  Con lo de los pajarracos que no tenían remedio,  no sabía si se refería mi amigo el taxista a los yonquis, a los maricones o a los curas. Y como para rubricar el argumento se nos acercó uno de aquellos enganchados  y me pidió a mí (al taxista con la mirada que le lanzó, flamígera, como las de los arcángeles, no le iba a pedir nada) una ayudita. Indiqué  al taxista que se cobrase y- dije mirando de reojo la cantidad que marcaba el taxímetro- los sesenta céntimos que sobran se los da usted al compañero. “Manda cojones” Exclamó mi amigo el taxista, como diciendo que la costumbre era quedarse él con el cambio, de propina. Y así hubiera sido de no aparecer el zombi. Así que el taxista sentía como si  al final la limosna la hubiera dado  él. En teoría tenía que haberle pedido el ticket para presentarlo a la asociación “Rara Avis” pero pensé que si lo hacía, mi amigo el taxista sacaría de debajo de su asiento un mazo y nos correría a mí y al yonqui, a garrotazos por el descampado.

Mi amigo el yonqui-  ya se fue el taxista- sabía perfectamente qué era, a qué se dedicaba y dónde tenía su “sede central” la asociación. “Yo te acerco, tronco. ¿Tienes un cigarrito?”. Se lo di y me encendí yo otro para mí. Emprendimos la marcha como dos colegas a la búsqueda del antro mientras iba cayendo la tarde. Mi amigo el yonqui caminaba muy deprisa y me proponía sitios para ligar, al principio pensé que eran mujeres lo que quería que uno ligase, pero no; era para ligar estupefacientes muy diversos.  ¡¿Tú eres andaluz, no? ¡Buen costo por allí abajo, eh colega! Y yo le decía poniendo cara de golfo y  como si fuese el mismísimo Bob Marley; ¡De primera, tronco! , para que viera que uno era también enrollado y pasota.

Algunos de los apaches que se apoyaban en la tapia medio derruida nos siseaban, pero mi amigo el yonqui, me decía; Ni caso, nosotros palante, colega. Échate otro pito, ¿no choni?

Empecé a sospechar que mi amigo el yonqui iba a entregarme a los asesinos en cuanto llegáramos a la barriada. Que allí le darían de recompensa una miaja de heroína o lo que sea que lo ha dejado así, hecho una mierda, y conmigo se harían los sicarios pulseras de cuero, después de haberme robado y haberse choteado durante horas con las poesías que llevaba en la maleta.

Cuando entramos en la barriada aquella vi a lo lejos un coche de la policía local. Y me dieron ganas de decirle a mi amigo/traidor y a todos los sicarios que me miraban desde la oscuridad de  los alféizares :  ¿Ahora qué, cabrones? .

El coche de los guardias pasó por nuestro lado y saludaron a mi amigo yonqui los dos tripulantes. Eso me tranquilizó mucho. Seguro que no era un secuestrador sin entrañas, pero a lo mejor era confidente de la bofia (cómo se me pone el léxico suburbial) y al verme con él, los criminales pensarían que uno era de la policía secreta y eso era una ventaja y un problema. Si los malhechores eran unos pringaos bien, pero si eran de una banda importante, podían tener dos por el precio de uno: el chivato y el pasma cabrón.

Por fin llegamos al centro cultural “Rara Avis”. En la puerta había un cartelón donde se me anunciaba : Esta noche lectura poética de J.A. Gerardo “Gerardoski” . La primera en la frente, me dije. “¿Tú eres ése, tronco?”  preguntó mi amigo. “Casi”, respondí. Ese “casi”  le hizo a mi amigo una gracia tremenda. Supongo que le estaría haciendo efecto el primer chute. Casi, casi, repetía y se descojonaba solo. 
A mí también empezó a contagiarme esa risa y en pleno cachondeo de los dos, abrió la puerta de la asociación un hombre de unos sesenta años, con una cara de bueno que se le caía, pero muy serio. Con la risa floja y tratando de reponerme iba a hablar y decirle al señor que me perdonase pero que estaba muy contento de haber llegado sano y salvo hasta el umbral de su sede, pero mi amigo el yonqui se adelantó y entre hipidos y ahogando las carcajadas, le dijo “Padre, ahí le dejo a mi colega “Gerardoski que lo he traído yo hasta aquí,  o casi” Y otra vez, como dos tontos, nos pusimos a reírnos mientras que el “Padre” me investigaba por ver qué clase de individuo habían contratado y qué mierda de droga me había estado metiendo por ahí.

Lo peor era que yo no veía a nadie, pero la puerta de entrada era también la del salón de actos de la asociación “Rara Avis” y ya habían ocupado sus asientos, unas veinte o treinta sillas de propaganda de cerveza, un nutrido grupo de señoras con permanente y algunos jóvenes, que supongo que serían los maricones a los que se refería el taxista, y fueron testigos de toda la escena. Me miraban con reprobación contenida mientras yo, rojo de vergüenza pero todavía con la vaina de la risita, iba encaminándome a la tarima que más que nunca me pareció un cadalso.

El cura era el que me tenía que presentar y lo hizo, rapidísimo, como espetándome; ya te has presentado tú mismo bien presentado…En fin, dijo; aquí les dejo con la poesía de Juan Luis Galiardo “Galiardoski”. Y por la cara que puso su santidad, le faltó añadir; “que les aproveche”.

Cuando terminé de soltar el rollo había que tomar unas cañas con la plana mayor de “Rara Avis” y allí pasamos un buen rato, comiendo cacahuetes y bebiendo.  Una señora me vendió dos libros sobre la historia de la asociación y su encomiable labor social, veinte euros los dos. Cuando salí a fumar un cigarrillo a la calle, aparecieron dos chavales y me pidieron tabaco, el yonqui habría corrido la voz por el suburbio.

 Todo iba bien, me había gastado una pasta en el taxi, en tabaco y en libros, pero la gente no dejaba de felicitarme por la lectura y por las poesías y hasta el circunspecto cura me felicitó por mis versos. Al final, dijo, ha salido mejor que si hubiera venido fulano, que quería que le pagásemos el hotel y el viaje. El cacahuete que iba a meterme en la boca se me cayó al suelo. Tendría que haberles dicho que me habían prometido alojamiento y transporte, pero es que me quedé mudo.

Me llevó a la pensión  uno de los jóvenes voluntarios que parecía buena persona pero que conducía como Mad Max. Me despidió con un abrazo y me dijo que cuando quisiera las puertas de “Rara Avis” estaban abiertas para mí.  Le prometí que en nada estaría de nuevo por allí, con más poemas, más risas y más euros para comprar cosas de su biblioteca y unos collares muy floridos que hacían en clase de manualidades algunos drogadictos reinsertados y que ya había intentado colocarme la bruja que me vendió los dos libros (veinte euros, los dos) .

A la entrada  cacé al vuelo la conversación entre una señorita y su posible cliente que le porfiaba los emolumentos que requería la lumi por una felación. Dijo la señorita: “Sí, hombre, encima de puta pagar la cama”. Y con esa frase me fui yo a la mía, a mi cama. 

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