domingo, 13 de enero de 2013

MÁS POESÍA


Se dice, se sueña, se escribe o se piensa, que de todas esas formas se pueden hacer frases; “Se me rompe el corazón”  y tiene uno que pararse a admirar lo certero que puede ser a veces el idioma: “Se me rompe el corazón”… esa punzada de angustia y de tristeza, justo ahí, en el pecho, que nos oprime tan fuerte, que nos produce tanta pena que nos  hace sentir el corazón, verdaderamente roto.

A mí se me ha roto el corazón pocas veces, seguramente gracias al pastorcito divino que viene protegiéndome de los infiernos abisales, pero cuando lo ha hecho, cuando el corazón ha hecho ¡chof! O ¡Crash!, que eso depende de la magnitud del desengaño sufrido, cuesta trabajo recomponer ese músculo. Luego hay roturas pequeñitas del corazón, son daños, accidentes,  que no lo hacen añicos pero le dan un buen pellizco. A mí, viendo a mi hija estos días llorar por un desengaño amoroso, se me ha roto un poquito el corazón. Sobre todo cuando me dijo, mientras tenía lágrimas en los ojos, que se acordaba del muchacho y le entraba pena. Así lo dijo, con esa naturalidad en la tristeza o en el fracaso que su padre nunca tuvo, jamás ha confesado uno así, tan sencillamente, que había perdido.

 Uno perdía y ya está, se iba silbando una canción como de espagueti western con las manos en los bolsillos a mirar las gaviotas a la playa, a tomarse un café en los sitios más tristes del invierno o a beber el vino triste y solitario en las tabernas. También es verdad que uno, como le escribió en un poema una vez un amigo, jamás tuvo veinte años. Y sobre todo que siempre he pensado  que lo peor estaba por venir. No sé, también lo mejor, claro, pero ese sentido fatalista de la existencia robustece mucho el músculo del que hablamos, el corazón.

Sabemos que el cerebro recoge emisiones y que emite a su vez órdenes extrañísimas como el amor, la gratitud, el goce…que todo ese engranaje de sentimientos y vida parte de esa suerte de coñazo estructuralista que es nuestro cerebro, pero por algo que pertenece tanto al territorio de lo coloquial como de lo místico, cuando alguna cosa nos duele mucho, nadie viene a decir  “Se me ha roto el cerebro” porque es el corazón lo que se nos rompe. En todo caso, cuando las circunstancias y las dificultades de esta espuma que es la vida y son los días nos atosigan mucho, diremos que “Nos va a estallar la cabeza” de tanta cuita y tanta tribulación. 

Porque el lenguaje, el idioma, aparte de ser la única patria en la que nos reconocemos, valdrá tanto o más que mil imágenes. Cuando la suerte, como en el tango, es grela y falla y falla y todo parece que a una persona o a varias alrededor va a salirles mal, es muy socorrida esa otra expresión que dice “Se me cae el mundo encima”. ¿Quién lo dijo por primera vez? ¿Quién sintió esa amenaza, ese grandísimo desasosiego del mundo entero soportado sobre las espaldas como Atlas, el Titán, que a pesar de su gran fuerza gemía de dolor cada vez que la bóveda celeste se le montaba en el afligido lomo?

Los poetas que cogieron las palabras, las mezclaron a su sabor, y formaron las frases se han trascendido a sí mismos y , lo más importante, han trascendido la literatura y forman ya parte del acervo.

A mí me gustaría que con los años se pusieran de moda expresiones, mejor versos, como aquella dedicatoria de Miguel Hernández a Ramón Sijé: “Se  me ha muerto como del rayo” con ese posesivo  “me” tan íntimo y tan doloroso. O que ante la melancolía y la ansiedad creativa que puede esta a veces propiciar, dijeran las personas como si fuese un refrán; “Joder, estoy que puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Y la gente no se burlase ni hiciera cuchufletas.

O cuando el reo frente al juez no tuviese ya argumentos para defenderse sentenciara: “mire, señoría, todo lo que usted diga, pero es que hay golpes tan fuertes en la vida, yo no sé.” Y con esa confesión Vallejiana, dicha así, sinceramente, empezaran a fluir sobre el carpetón de la justicia todos los atenuantes, siquiera líricos, que beneficiaran al reo.

O que pudiéramos decir al empleador (antiguo patrón)  “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”. Y que el patrón (hoy empleador) no tuviera más remedio con este axioma que negociar jornal y jornada. Siendo ahora Nicolás Guillén nuestro mejor enlace sindical.

O cuando, por ejemplo como decíamos al principio, el amor nos diera uno de sus testarazos, llamásemos a los amigos y sólo tuviésemos que decirles: ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas! Y nuestros amigos y amigas, sabiendo lo extremo que es tener que acudir a las rimas de Becker para comunicar nuestra necesidad, nos montaran grandes fiestas, con serpentinas y con canciones que empezarían todas ellas con aquello de Goytisolo, de que la vida es bella ya verás y que a pesar de los pesares tendremos amigos y tendremos amor, otros amores y otras rupturas.

Ya sé que así no se pude ni vivir ni alternar, ni nada. Que parecería la vida un musical de esos que hay, tan odiosos con las personas bailando por cualquier tontería y cantando canciones que todos se saben.
Pero imposible no es. Porque ya puestos a flipar con las posibilidades del lenguaje; ¿No hemos quedado en llamar al patrón, empleador, a la guerra “misión humanitaria”, al ejército y su ministerio de la guerra “ministerio de defensa”, al vicio “ludopatía” , a la miseria y a los pobres “exclusión social y excluidos” , a la rebelión “terrorismo”, a la usura “Mercado financiero” , a los recortes “reformas” y a las privatizaciones (y esta es digna de un premio Nobel) “Externalización de la gestión”.

Pues así con todo. Yo le diré para reconfortarlas, a las personas que amo y que tengan eso; pena, lo que Antonio Machado al olmo seco: 

“Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.”




No hay comentarios: