viernes, 15 de febrero de 2013

¡CHAPE!



Es un gato. Vivimos en un segundo y no me explico qué salto mortal, seguramente con felinas piruetas, habrá dado este bicho para estar ahora ahí, en la terraza y mirándome con esos ojos hipnóticos. Yo he salido a la terraza porque escuché ruidos y como soy el hombre de la casa tenía que ir a ver, a proteger la caverna. Para esas cosas son más listas y hacen valer su feminidad, vaya hombre.

Es un gato, he dicho. Échalo, han contestado al unísono las dos. ¿Cómo se echa a un gato? ¿Con la escoba? Por cierto;  ¿tenemos escobas?. Soy el hombre de la casa.

El gato se ha quedado quieto, como los gatos esos de Egipto y su pose es también faraónica. Ha maullado un poco, muy poco, una forma de saludar, o quizá de decir; a ver qué haces ahora, chulo.

Yo he encendido un cigarro y me he puesto a mirar al gato, sin desafíos. Hola, hermano gato, le he dicho telepáticamente, cómo te va, qué cosas no habrás visto tú,  tantas madrugadas por ahí, por los tejados, cuántas historias conoces, hermano gato, mirando por las ventanas a los amantes, voyeur incorregible. Cuántos tajarinas hablando a las farolas te has cruzado en tu camino, cuántas botellas rotas han volado en tu búsqueda porque tu sinuoso acecho molestaba a los vagabundos, a las putas, a los yonkis de las esquinas y a todas las criaturas con que la noche se prestigia.

Si el gato me hubiese atacado, estoy casi seguro que me habría dado una paliza, tan sedimentada está ya la bestia humana, tan oculto el salvaje y eso que desbocada esa bestia, la humana, es capaz de las más espantosas aberraciones. Pero yo soy una bestia humana domesticada hasta la abulia y le temo tanto a un arañazo, o peor; a un mordisco de una fiera gatuna, que seguro que saldría corriendo y cerraría la puerta de la terraza mientras el gato desde la calle maullaría su victoria, como carcajeándose. Eso si no se mea en los maceteros para ver quién es ahora el rey de la selva. El gato de la casa.

Pero el hermano gato no ha hecho nada, mirarme también y hemos estado los dos muy tranquilos, yo fumando y él no. Después ha vuelto la cabeza y se ha puesto a mirar muy interesado hacia el balcón de al lado, el del vecino. Ha pegado un salto y sin despedirse, como suelen hacerlo los gatos, ha tomado ese otro territorio.

El vecino también es el hombre de la casa y ha salido enseguida. Ni se han mirado porque ha dicho el vecino, el gato no, el gato no ha dicho nada, muy fuerte y con muchísima autoridad ¡Chape! Y el gato ha literalmente volado hasta el callejón de enfrente. Después de decir ¡Chape! El vecino ha  querido añadir: ¡Hijo de puta gato!. Yo creo que eso sobraba, pero bueno.

¿Ya lo has echado? Han preguntado ellas, pensando que ese ¡Chape! , era cosa mía. Sí, claro, les he mentido y me he copiado del vecino añadiendo: ¡Hijo de puta gato!

Soy el hombre de la casa.

No hay comentarios: