miércoles, 22 de agosto de 2007

ASCO DE TELE


Hasta cierto reparo me da usar la intimidad del diminutivo “tele” para nombrar el aparato de televisión. Porque hubiera podido ser el más revolucionario de los inventos del pasado siglo. Al nivel de Internet, que es en realidad y como con el paso del tiempo se va constatando, un sucedáneo magnificado de la otrora modernísima televisión.

Y es que uno pensaba en su ignorancia, que en materia de basura televisada lo había visto casi todo. Habíamos sufrido la presencia de macarras faltones, vestidos de mafiosos de los años treinta, vociferando desde una agresividad absurda, contra otros personajes de idéntica o parecida jaez por los más peregrinos motivos.

Habíamos asistido a cotilleos sobre la ropa interior de una celebridad del folclore, o sobre las amantes de uno que tiene un gimnasio y dice que es Conde de no se sabe bien qué condado de mierda.

Habíamos visto a horteras de todo tipo y pelaje paseando la inconsistencia de sus vidas por los escenarios de programas mamarrachos. Creamos una subespecie que ya no sé si pueden acogerse a la carta de derechos humanos de la ONU: los frikis. Payasos con ínfulas que nos cantaban aberraciones armónicas, o nos agredían intelectualmente diciendo que procedían de un planeta lejano, o que curaban enfermedades con legumbres, o que levitaban sobre una zanahoria sin penetración ni nada.

Durante un tiempo esa parada de los monstruos, le parecía a uno vomitiva, posteriormente la consideré un ejemplo de la vacuidad elevada al cubo con que programadores y geniecillos espabilados, procuraban hacernos más gilipollas y, sobre todo, más mansos.

Bien; pues ayer por la tarde estos perturbados que idean programas y espectáculos vergonzantes, dieron una nueva vuelta de tuerca a su estulticia. Se trataba de un espanto en el que una presentadora- llamémosle así- con cara de buena, invitaba a un señor , que no sé yo qué cojones había ido a hacer a aquel plató, a que se sentara en unos sillones como de confesionario moderno y de diseño. El hombre, hizo lo que casi todo el mundo hace delante de una cámara, un micrófono o la intempestiva llamada telefónica de una encuestadora; aceptar la agresión de los medios y sumarse con repugnante mansedumbre al circo.

En este caso, el circo iba de que el pobre hombre, que presumo no sabía nada de aquella encerrona, tuvo hace quince años una hija. La presentadora , pensándose ella muy sibilina le interrogaba: ¿Cuántos hijos tiene usted, caballero? Y el hombre, lógicamente, contestaba la cifra de los hijos reconocidos. Luego, extremando su sinuosidad pervertida, la - así llamada- presentadora, le citaba al señor una fecha y le inquiría: ¿qué significa para usted esa fecha? . Y el hombre con cara de pocos amigos, contestaba que absolutamente nada. Vaya a usted, le decía la tipa, a una sala ahí al ladito, que alguien quiere decirle algo.
En ese momento si el hombre no fuese fruto de esta sociedad que ha venido considerando la educación cobardía, tendría que haberse levantado y decirle a la pizpireta muchacha: Váyase usted a hacer puñetas. Ni voy a otra sala ni le permito que siga usted utilizándome como carnaza para la chusma.
Pero no, el hombre aceptó pacíficamente la jugada, se fue a la salita contigua, y pudo escuchar, para su perplejidad y la de cualquier persona decente, cómo una antigua novia, se presentaba allí, para que toda la audiencia – que ojalá fuera mínima- supiera que el señor tenía una hija, que la hija quería conocerle y que patatín, patatán.

A partir de ahí la chismosa que presentaba, perdió todo atisbo de pudor, y la señora o señorita, que se había ofrecido para aquella infamia hacía tres cuartos de lo mismo. La guinda la pondría la supuesta hija, una joven de quinceañera que con una mentalidad de Marco, el dibujito animado, buscando a su papá, conseguía así su primer show televisado y en directo.

Sentía uno, desde la butaca, una mezcla de estupor y espanto, viendo cómo podemos ser , casi todos, víctimas de esta miseria moral. Cómo podemos ser denunciados por cualquiera. Cómo cada uno de nosotros puede convertirse, de manos de la jodida tele, en triste carne de parodia.

Para colmo, el mando a distancia no tenía pilas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

eres un analfabeto