miércoles, 24 de octubre de 2007

Manipulación y caverna

Sentarse en una terraza, pedir nuestra copa al camarero. Observar cómo la mañana se va llenando de angustias y de prisas, cómo van los ciudadanos acudiendo a sus obligaciones.
El gesto compungido del joven que acude disfrazado de pintor, de albañil, de empleado de banca, a rendir su tributo a los días. Ese; que parece que todavía sueña con otros amaneceres, con otras latitudes en las que desarrollar el tiempo de su vida. El quiosquero ordena la prensa en sus estantes, las personas van cogiendo su cacho de opinión impresa, su pedacito de información, seguramente sesgada, seguramente condicionada por tantos intereses empresariales, económicos y hasta geopolíticos que la improbable objetividad, da para la primera sonrisa de la jornada.
En estos días, en estos tiempos, la caverna y toda la patulea que en ella habita, saca pecho, revisa impunemente la historia reciente, hace una burla cuartelera a la esperanza y basa todo su discurso en sancionar moralmente a todo aquel que piense o que pensara en su día, que se debía pelear por un mundo mejor.
Ellos, que tuvieron esa moral de mesa camilla, de misa de doce y perversas limpiezas ideológicas durante cuarenta años. Ellos que tienen una vergüenza nunca confesada por cómo gestionaron sus mayores la victoria de una guerra civil, que claro que fue infame y criminal por ambas partes, pero cuya venganza para nada cristiana, la sufrieron los perdedores como ya se ha dicho, durante más de cuatro décadas.
En su porquería intelectual, van por ahí vendiéndonos la similitud entre individuos excepcionales como el Che Guevara, con cualquiera de sus caudillos militares.
Pero no se trata de glosar al mito, ya lo hacen sus apologistas y hasta sus detractores, se trata de que con ese razonamiento anacrónico que atiende exclusivamente a valores inmediatos e ignoran la dramática realidad en la que tuvieron que desarrollar sus vidas los pobres, los rotitos y sus defensores en aquellos años en los que mandaba más en Santiago de Chile la Fruits Company, que cualquiera de los senadores, que cualquiera de los milicos con toda su arrogancia y su vileza asesina, se trata, decíamos, de equiparar la honrada lucha de los trabajadores de este país, por ejemplo, por defenderse de la voracidad del empresariado protegido por las leyes fundamentales del movimiento, con los nazis alemanes, los fascistas italianos o los nacional católicos españoles.
Ciertamente esos trabajadores se llamaron a sí mismos comunistas; ¿Cómo iban a llamarse? ¿Democristianos? Para ser democristiano había que tener buenos trajes y probablemente un coto privado de caza al que invitar a alguno de los jerifaltes y matarifes de la época.
No, quienes lucharon por la libertad en nuestro país, tenían que llamarse comunistas, socialistas, sencillamente porque todos esos demoloqueseteocurra, no tenían la más mínima intención de hacerlo, no la tenían porque como en un acto de sinceridad que le honra, a pesar de lo repugnante que sea la realidad que constata, ellos vivían el franquismo con una serena placidez, en palabras de Jaime Mayor Oreja, destacado dirigente del Partido Popular, al que se le ve el plumero ya tanto, que da hasta un poco de fatiga ese plumero infecto.
Poco nos importa ya, a estas alturas, que al cristito guerrillero que mataron en Bolivia lo cubran de mierda, que perviertan su recuerdo. Su gesto y su gesta han transcendido y de Manila a Manhattan, todo aquel muchacho que sienta en su pecho, como el joven del que hablábamos al principio acudiendo a su trabajo, esa hermosa generosidad que anhela mejorar el mundo, se colocará metafóricamente, la mítica boina del Che en su cabeza llena de pájaros.
Así lo hicieron, antes y después del Che, aquellos otros héroes perseguidos, torturados en las comisarías, depurados en sus trabajos, aquellos que se llamaron comunistas y socialistas, y que en la vorágine de un tiempo convulso se podían disfrazar hasta de maoístas o de troskistas utópicos, cualquiera sabe.
Lo que sí sabemos es que ninguno de sus hijos o nietos sienten vergüenza de ellos, ni de su legado, ni de la herencia cívica, moral y democrática que les dejaron. Ellos, los cavernícolas sí tienen sus pudores sobre dónde estaba papá en los cincuenta, en los sesenta o en los felices setenta. De ahí la desmemoria histórica que quieren, como un virus, inocularnos a todos.
Decía una pintada en Santiago de Chile, antes de Allende: “Con Frei, los niños pobres tendrán zapatos”. Y abajo pusieron: “Con Allende no habrá niños pobres”. Esa sigue siendo la lucha, el objetivo

* Nota: Este texto, con algunas variaciones, salió publicado también en Sanlúcar Información, lo digo no vaya a salir algún listo hablando de autocopia o intertextualidad, que diría la Ana Rosa esa.

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