sábado, 23 de junio de 2012

CURRICULUM VITAE

A mi primo/hermano Siroco, que sabe que no miento.



Soy hipocondríaco. Lo confieso. Antes era surrealista pero me quité en cuanto vi que el Fondo Monetario Internacional firmaba con pasión el manifiesto.

De todas las cosas que soy, que fui, o que pude ser, al final es lo que queda - ¿qué quieres, hija? –: la hipocondría.

Y no creas, no es fácil serlo en un mundo en el que en cuanto alguien tiene oportunidad te enseña las cicatrices de su última intervención quirúrgica. El hipocondríaco, con sus temores y sus tembleques ante una bata blanca, suscita una extraña perversión en sus vecinos. Por más que la cara se nos ponga amarilla según algún desalmado nos va contando cómo le extrajeron un cacho de cristal de la planta del pie, es prácticamente imposible conseguir piedad. Cuánto mayor sea nuestra fatiga y nuestro espanto, más se extenderá él en los estremecedores detalles de la carnicería.

Por eso, no me gusta decir que soy hipocondríaco a nadie, porque he asistido a verdaderas exhibiciones casi pornográficas de enfermedad y de sangre.

Tampoco me gusta decir que soy, pongamos, escritor porque enseguida el gracioso que te lo pregunta o te incita a confesarlo, se descojona en tu careto y te dice “tontolculo” en cuanto te das media vuelta. “Ese tontolculo dice que es escritor”

Ni que soy de izquierdas porque algún revolucionario de los años setenta saca pecho y grita: Yo sí que era de izquierdas, aunque ahora sea más facha que yo qué sé.

Ni que soy poeta lírico, porque siempre hay alguno que te saca la navaja curricular y te arrincona contra la pared de la taberna inquiriendo: “A ver: ¡Premios, flores naturales, tournés como trovero del centro andaluz de las letras”.

Por eso, aunque no me guste confesarlo, aunque me duela, siempre le digo a la gente que me para diciendo “Yo creo que te conozco... ¿tú no eres?” ¡Hipocondríaco! Respondo veloz como un rayo.

Tiene una ventaja la hipocondría y es que algunas muchachas recatadas en cuanto te confiesas, no tienen reparo en enseñarte la cicatriz que les quedó en una teta tras operarse las mismas, o el sarpullido que les ha salido en las ingles tras la depilación veraniega.

Dices que eres hipocondríaco y es como si dijeras que eres gay, impotente o ciego.

También soy bailarín, pero eso no lo sabe nadie. 


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