sábado, 9 de junio de 2012

GRANDES TRIUNFOS LITERARIOS


1.-. 

Me dice uno: “Estábamos en una reunión para organizar un bonito homenaje veraniego al poeta, pongamos; Verlaine, que tiene muchos aficionados por la parte esta de Andalucía occidental. Entonces, dijo mengano que podríamos invitarte a ti, para que estuvieras en ese homenaje, porque no sabemos cómo te llevas tú con el insigne vate francés, pero eres del pueblo y hablas de vez en cuando de poetas y otras tonterías. Cuando te íbamos a llamar para proponerte tu asistencia al evento, salta uno de los presentes y con mucha vehemencia dice: ¡Si va a venir el Gallardoski, yo me quito de la organización del acto!. Y como en el fondo, a todos nos importaba un pimiento tanto Verlaine como que tú vinieras o no, pues al final te descartamos. Y es una lástima porque pagaban unas buenas perras por el bolo.”

Me quedo mirando al mensajero con cara de tonto. ¡Vaya por dios! Le digo. Se me acerca un poco más, como se acercan los conspiradores al oído de las personas cuando van dar la noticia bomba, y me dice:
-¿No quieres saber quién era el que te vetaba tan rotundamente? .
-No, deja, deja, si llevará razón porque yo no soy mucho de Verlaine, me parece un poeta cojo, je je.
-Pues de piedra te quedarías si te dijera quién fue- insiste el hombre.
-Que no, tío, que paso.

Ya no insiste más, me mira como pensando para su capote; “este hombre es tonto” y se va. Algo compungido. Yo creo que pensando que a lo mejor llevaba un poco de razón el que me quiso vetar y lo consiguió.

Bueno, el bolo se ha perdido y los buenos euros que pagaban por él también, pero no sé, me ha quedado una sensación de victoria, de haber ganado a saber qué batalla, de no sé tampoco qué guerra.


2.-. 

Me dijo una mujer a la que no conocía de nada; Todos los sábados te leo y me encantan tus artículos. Yo sé que de estas cosas es mejor no hablar, porque parece que se estuviera uno pregonando. Pero será la falta de costumbre en el halago o la falta de pudor en la escritura, que me vengo aquí y lo cuento. No sabe esa mujer a la que no conozco de nada y a la que, por otra parte, si tuviéramos posibles le pondríamos un piso por generosa y por buena y por tener esa gracia y ese donaire tan grandes. No sabe, decía, esa mujer, ese alma noble, el daño que le ha hecho a mi escritura, a mi estilo. Ahora cada palabra que escribo está siendo leída por ella y no sé si se ofenderá si vierto algún taco por el texto, porque se la veía muy limpia, lustrosa y educada. Si la defraudaré para siempre si no me llega el aliento poético ese que dicen que a veces viene.
Ya digo, así como el vídeo mató a la estrella de la radio, se cargó el halago la libertad creadora del poeta.


3.- 

Hay veces, que porque no encuentran a otro o porque uno sale barato y hasta regalado, me llama alguien para que presente un libro o para que lea unas poesías. Un día aprendí a decir que no (si era gratis) y eso me dio mucha satisfacción después de muchos años diciendo que sí.
Todo comenzó cuando tras negociar con el presidente de una asociación cultural o peña deportiva, sabe dios, los emolumentos de una pachanga literaria, le dije que doscientos euros los veía yo bien, un precio justo como el concurso de la tele.

En ese momento, el presidente de la peña, que hasta ahora me había tratado con sibilino respeto y había alabado mis facultades tanto literarias como comunicativas, porque tenía yo una voz muy bonita por el micrófono y condimentaba con habilidad, como en un revuelto de champiñones, mi charla con elementos eruditos y con sentido del humor. En ese momento,decía, ese hombre se puso de varios colores, un poco morado al principio, después tirando a verde y señalándome con el dedo índice me sentenciaba: ¿Pero tú quién coño te crees que eres? . A partir de ahora y para ti, le contesté, el de los doscientos euros.

4.-.

Es un campeón de la vida; joven, guapo, con un trabajo que le gusta y que hace bien. Fuerte y saludable. A este hombre se le nota que lo han querido mucho; padres, hermanos y novias.
Además escribe muy bien, gana muchos premios y la crítica lo mima cuando saca sus prosas a la consideración pública. Las mujeres van a verlo siempre cuando perora de literatura por lo guapo que es y aunque habla atropelladamente y muchas de las cosas que dice las podría decir cualquiera, un feo, por ejemplo, las suyas son más celebradas porque la palabra “éxito” está grabada en su frente y seguramente en sus abdominales.

Un bromista perverso maquinó la parodia cruel; Vamos a poner a éste, en una mesa con sus botellas de agua mineral, sus micrófonos y sus cámaras de la televisión local, junto a este otro. “Je suis l'autre” que dijo Rimbaud.

Y allí me llevaron; lírico pueblerino, fracasado como Pessoa hasta en los intentos, con un trabajo horrible cuando hay y con una angustia más horrible todavía cuando no. Con sobrepeso anatómico y con sobrecarga mental, lento frente a la velocidad dialéctica del otro y con canas que tienen su nombre, sus apellidos y hasta sus siglas, cada una de esas canas.
Nos pusieron juntos y el muchacho me trató con respeto pero con displicencia. Yo le había llevado, como presente, un librito mío de poesías. Tiene uno cuarenta y tres años y sigue haciendo gilipolleces como esa. El muchacho cogió el librito, lo miró como si estuviese tasándolo, cogiéndolo así con dos dedos y levantándolo un poquito, ah, gracias, dijo y lo puso debajo de una de sus celebradas obras de centenares de páginas. Le hubiera dicho, si no fuera porque tenía ya la pena esa que me entra de vez en cuando, oye, que vas a ahogar a mi librito.

El sarao fue horrible. El campeón de la vida me interrumpía cuando yo hablaba, se rascaba como un majara cuando leía yo algún poema y cuando los terminaba de leer, me miraba de reojo, como diciendo “anda, anda”. Yo, en vez de ponerme nervioso, levantarme de la mesa y decirle ahí te quedas con tu fiesta vital, me voy a la taberna a hincarme diez o doce vasos de vino, a mirarme en el espejo del váter y a vomitar un poco sobre la literatura y los literatos. En vez de eso, que era lo procedente, cada vez estaba más tranquilo, casi me dormía frente al estimado público. Me bebí mi botella de agua mineral entera y, aprovechando que él hacía que las entrepiernas de cuatro o cinco señoras de la primera fila se humedecieran con su vigor narrativo, me bebí también su botella de agua mineral. Se la dejé seca. Ni una gota, así que cuando terminó de leer una poesía larguísima (las mías eran cortitas, casi Haikus) y quiso meter mano a la botella se la encontró así, vacía. Carraspeó, tosió un poquito, él que ni fuma ni bebe. (Yo, se me olvidaba contarlo, tenía también un catarro de narices-nunca mejor dicho- y el micrófono que me habían puesto recogía mi respiración dificultada por los mocos, vamos que estaba hecho un cromo) . Este sencillo detalle, ir a coger la botella de agua y encontrarla vacía le cambió el semblante. Le costaba lo indecible asumir que las cosas no salían siempre bien, que podías tener sed y no tener agua con la que saciar esa sed, hambre y no encontrar alimento, dolor y no hallar consuelo.

Fue estar un ratito conmigo y aprender todo esto, darse cuenta de que la vida tiene dos caras, como las monedas. Y que también cae de canto a veces esa moneda y ahí es donde cuesta mantener el equilibrio.

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