sábado, 11 de agosto de 2012

EL DESAYUNO




Ella habla, la pobre,  como si tuviese la boca seca, poniendo morritos que se diría que anda ya, tan temprano, asqueada del mundo y de la vida. Puede estarlo. Seguro que hay tantos motivos en la vida de cualquiera para celebrar la estrofa hermosa del alba como para maldecirla. Pensamos, sin embargo, que la civilización tendrá algo que ver con ser educados en público, con no exteriorizar impunemente nuestra porquería más íntima  y por eso nos da tanta grima esa pose y esa boca. Y esa mueca despreciativa hacia los demás que no tenemos, a menos que se demuestre, ninguna culpa de la bilis que la posee. Levanta la mano para llamar la atención del camarero en un gesto ridículo, medio aristocrático. Ella es tonta.

Él arrastra su seseo con cierta petulancia. También con alguna violencia y todo lo que dice parece estar dicho desde un profundo desprecio por el otro, incluso cuando llegan unos amigos y bromea con ellos, sus bromas expelen ese cherito altanero. La ciudad a la que se ha venido a veranear está hecha una reverenda mierda, según su análisis que a lo mejor uno  podría compartir si no fuera porque nos cae tan gordo. Sus playas están muy sucias, afirma mientras tira al suelo, de cualquier manera, la enésima servilleta de papel con la que se seca las comisuras, porque se le ponen ahí, en las comisuras, unas pompitas blancas de saliva que dan tanto o más asco que la playa de mierda a la que se ha venido a echar el mes de agosto. Él es gilipollas.

Las posibilidades gastronómicas del desayuno son casi infinitas. Los cafés pueden tener mil y una modalidades y la temperatura y la cantidad de leche, cuando la lleva, es para hacer un máster sobre los usos, costumbres y manías de los clientes. No hablemos ya de las tostadas, a las que se le puede untar casi cualquier cosa y de los tipos de pan, que son otro ejército inerme de fórmulas, moldes  y levaduras. Todas las personas quieren la parte de abajo del pan de Viena y que la empresa tire a tomar por el culo la otra parte, la de arriba, aunque se vaya la empresa a la ruina.

 Hay mantecas con jamón, con chorizo, con trocitos de cualquier cosa. Blancas, coloradas, amarillas, como la ONU. Y patés, y mermeladas, y tomates triturados. Un archipiélago de opciones tan lejano de aquellas espartanas rebanadas de pan con manteca blanca, con su café; con leche, cortado o solo y ya está. Con sus dos dados de azúcar que con uno era más bien amargo el café y con dos demasiado dulce. Era, eso sí, un tiempo en el que en los bares desayunaban casi siempre hombres solitarios que ni tenían ganas ni veían motivos para ponerse pejigueras con el personal. Desde que la liberación de la mujer, tan beneficiosa y justa para todo lo demás, sacó de sus casas a las señoras y señoritas, el mundo del desayuno se ha abismado hacia un paroxismo multicultural de sabores, gustos y ambrosías.

El camarero atiende como puede a unas treinta personas, todas ellas de vacaciones, que parecen tener algo urgentísimo que hacer, no sé qué,  estando de descanso; preparar un jolgorio, una barbacoa, comprarse una camisa, acampar en la playa y plantar la sombrilla alrededor de la base de operaciones como los que acaban de conquistar un territorio enemigo.

Yo conozco al camarero y sé de su eficacia y voluntad, pero hay momentos que la faena inevitablemente lo desborda y siente uno ganas de levantarse, coger la libreta y echar una mano con las comandas y las carreras de la barra a la terraza, pulverizando olímpicos récords como hace el camarero. Equilibrios con la bandeja entre las sillas y las mesas, con los tiernos infantes correteando por allí, persiguiéndose entre ellos o moviendo las sillas que acaba el camarero de ordenar para que estorben lo mínimo y los tiernos infantes, protegidos por la indulgente mirada de sus papás, divirtiéndose mucho con la diablura de obstáculos y tirando gusanitos por la zona que otro esforzado empleado de la hostelería acaba de barrer.

Si la muerte no fuese, como dijo Pedro Padrón, un fin en sí mismo, es decir; si pudiésemos resucitar más o menos de manera instantánea a los muertos, si, en fin, fuese la muerte una broma (macabra, claro) daríamos rienda al instinto cafre que cada uno tiene dentro, como un animal salvaje al que llevamos toda la vida sometiendo a una doma venturosa, y cuando el hombre gilipollas y la mujer tonta expusieran nuevamente su insufrible estulticia, nos levantaríamos de nuestra mesa (que tampoco ha sido servida, pero los nativos tenemos una paciencia exquisita, sabemos que vendrán otros días de soledad en la terraza, otoñales, fríos) y sacaríamos el pistolón o el trabuco y ¡Bang! Entre ceja y ceja cuando todavía no hubiera terminado el hombre gilipollas su frase “Oye chaval (ssshaval) que yo he llegado antes (antesss) que ese señor (sheñor) y me falta todavía una porción (porssión)  de mantequilla

Huelga decir que esas ejecuciones sumarias serían de coña, que enseguida le diríamos al reo como Cristo a Lázaro “Levántate y anda”  y acaso añadiéramos; “Anda por ahí, capullo” . Que serían disparos como en las películas de Tarantino, chispeantes de justicia y de humor y que las muertes, insisto, serían como en los dibujos animados o, de nuevo, como en Tarantino.

De esta forma, a lo mejor, el gilipollas (él) y la tonta (ella) cuando encaminaran sus pasos en chancletas a la cafetería estudiarían si merece la pena darle la mañana al camarero que hace como puede su trabajo, sabiendo que si se ponen tontos y cursis serán sometidos al pelotón de ejecución (de broma) y harán un ridículo enorme.

Cuando he vuelto de eso, de tomar un café, me ha dicho;
¿Qué te pasa, que vienes con mala cara? ¿Ya no te gusta José Ángel Valente? (que era el libro que llevaba en la mano) .
- No, nada de eso- le he contestado aunque tengo que valorar lo de Valente porque a lo mejor tienen su “Diario anónimo” parte de culpa en toda esta matraca, vaya diario más chorra, petulante y –efectivamente- anónimo- Es que había en el bar una pareja de lo más impresentable y me han puesto de mala leche.

-Pues no te pongas ahora a contárselo a todo el mundo, a ti qué más te da…Me ha aconsejado cuando me venía para el ordenador.

- ¡Qué va, mujer, hoy voy a escribir sobre la desublimación represiva de la que peroraba Marcuse!  . Y aquí estamos.



1 comentario:

Pepe Fernández dijo...

Como siempre, te has superado. Iba a escribir algo en SD sobre los que, a voces, cuenta su vida en un bar-restaurante-garito sin importarles un carajo los cincuenta a su alrededor. Pasó ayer, pero visto tu artículo ¿ cómo escribo lo acontecido "pa" no hacer el ridículo con mi pobre prosa" como esos dos impresentables y presuntos hispalenses?