miércoles, 24 de abril de 2013

MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO


Esa beligerancia de una parte de la población contra la posibilidad de que dos personas del mismo sexo, mayores de edad, plenamente responsables de sus actos, decidan casarse, nos parecería folclórica, si no fuera porque resulta que es  una beligerancia contemporánea. Quizá, si el mundo prefiere avanzar y no involuciona hacia las cavernas, en el futuro nos parezca eso;  otro ejemplo del folclore reaccionario.  E incluso nos veamos obligados a explicarle a nuestros nietecitos, que es que había gente así, mientras nuestros nietos nos atenderán  atónitos, como si les estuviésemos contando un cuento.

Hay prejuicios tan interiorizados que no precisan ni decorarse con los abalorios de la ideología. Y todo lo que tiene que ver con la libertad de los otros, suele estar lastrado por estas resacas del comportamiento social. 

Hace algún tiempo, mantuvimos un grupo de amigos,  un debate, o mejor; una conversación,  sobre los roles masculinos y femeninos en el hogar. No es que fuésemos ninguno especialistas en nada, nuestra especialidad era, en todo caso, la propia experiencia de la vida en pareja, que para charlar un rato, da.

Era muy curioso observar como algunas de las mujeres, quizá en una defensa de sí mismas, de su propia dignidad a través de sus “hombres”, repetían con cierta insistencia que sus maridos “las ayudaban”.  Al principio no. En una primera exposición se les hacía a los maridos todos los reproches domésticos; haraganería, insensibilidad, dejadez y falta de compromiso. Mas, a medida que profundizábamos en la conversación e iban quedando esos maridos bastante desmejorados por el retrato que hacían de ellos su esposas y – a veces- ellos mismos con sus intervenciones, las propias esposas trataban de arreglar el asunto y era cuando surgía ese argumento tan peregrino y traicionero: “Mujer, se decían entre ellas, Manolito me ayuda/echa una mano, etc…”

Uno no piensa que esas mujeres estén sometidas por el hombre y vivan unas vidas horribles debido a esa sumisión.  Ni cree que esos  amigos, ni uno mismo,  seamos totalitarios especímenes de una relación entre dos personas. Lo que uno piensa es que por más que cambiemos nuestro traje y por buena y justa que sea esa alerta intelectual que nos hace pensar  o intentar no ejercer el machismo, al final seguimos respondiendo a esos atavismos y seguimos considerando nuestro compromiso doméstico, eso: Una ayudita que nuestra generosidad otorga a la que, por condición social y hasta biológica, está facultada para ello, para llevar la casa.

Así que,  cuando  entre personas que teorizan- a veces de manera bastante alegre y ágrafa- sobre la emancipación de la humanidad, la revolución socialista y hasta de las miserias de la filosofía, se reproducen estos vicios naturales; ¿cómo habrán de ser los prejuicios con los que lastran su vida los que, por el contrario, abogan por postulados conservadores, a veces, y francamente reaccionarios, otras?

Uno de los más socorridos argumentos que esgrimen los que se declaran contrarios al matrimonio entre dos personas del mismo sexo, es el de la perpetuación de la especie. Hombre, y eso pudiera ser hasta cierto si al final resulta que la homosexualidad es algo tan maravilloso, que como una epidemia del placer, toda la humanidad se adscribiera a esas prácticas olvidándose para siempre de  otras ambrosias, las  heterosexuales.

Pero pensamos que no, que a una gran mayoría de hombres les seguirán gustando las mujeres y viceversa. Incluso si se diera esa fantasmagoría sexual de que no, de que a todos los Pepes nos enamorase el Pepe de enfrente y a todas las Marías, la María del bloque de al lado, el ser humano está lo bastante evolucionado como para asumir su compromiso genético y, aunque fuese haciendo un grandísimo esfuerzo, uno sería capaz de echarle un polvo, digamos a Elsa Pataki, sin ganas ningunas, o alguna Josefita,  hacerlo con el  Brad Pitt, sólo por eso, porque la especie no se abismara a su propia autodestrucción.

Si quitamos, por inconsistentes, esos argumentos genetistas de la procreación ¿qué nos queda para oponernos a esa convención social del matrimonio entre personas del mismo sexo?

“Lo Natural” Eso lo he oído decir yo más de una vez y casi siempre viene enlazado con el mito occidental de la fecundidad.

Pienso que lo natural, contrariamente a la tendencia que lo venera desde una suerte de panteísmo místico/ecologista, no lleva implícito “bondad”. Es más, creo que afortunadamente el ser humano ha ido sobreponiéndose a esas subordinaciones de la naturaleza, y ha sido capaz de domesticar al medio y a los habitantes de otras especies que pululan por el medio.

Que la ha liado parda en muchísimas ocasiones, está clarísimo, pero que en general, el ser humano vive más y mejor, cuanto más y mejor ha sabido dominar a la naturaleza, parece fuera de toda duda también. Ese “más” que he utilizado no pretende ser un elemento cuantitativo de perdurabilidad, sino más bien,  un elemento cualitativo. Lo digo, no vaya a ser que alguien me salga con eso del viejecito de la tribu que –dice tener- ciento veinte años. Los viejos de las tribus también mienten…naturalmente.

Y no quiero circunscribir esta disertación (hoy estoy que me salgo) sobre lo natural al ámbito puramente ecológico o de supervivencia humana. También quiero interesarme por eso que filosóficamente se ha denominado “La Naturaleza Humana”. La naturaleza humana, que me perdone mi dilecto Rousseau, a mí me parece, así, en bruto, un espanto de egoísmo criminal.

Si algo nos debiera distinguir de las bestias es esa posibilidad que tenemos- a saber de dónde nos viene- de ponernos en el lugar del otro. El progreso, la civilización y la cultura nos han ido depurando poco a poco y, esa facultad de considerar al otro, nos permite vivir en sociedad. Sin ella, gobernándonos naturalmente por el mundo, pudiera suceder que ande uno paseando con un amigo y le entren, pongamos, a este amigo ganas de orinar, o peor aún; de defecar alegremente y se baje los pantalones, si es que no es tan natural que ni los lleva puestos, y se ponga así, a cagar delante nuestro. Esta sería una reacción natural a un estímulo fisiológico que un fundamentalista de lo natural pudiera considerar normal. Afortunadamente no es así y hemos ido aprendiendo a contener nuestros esfínteres y a valorar la intimidad para la ejecución de ciertas actividades que sólo a nosotros mismos debieran concernirnos.

De manera que el argumento de “Lo natural” aguanta pocas porfías. Además de que parece lo más natural del mundo dejar que procesen los sentidos sus tendencias. Probablemente, y para acabar con la bisoñez de esta idea de que lo natural es la unión entre hombres y mujeres, tendríamos que recurrir a la bisexualidad como el estado natural de los seres humanos. Después, la vida en sociedad, una vez superados los ciclos lactantes, anales y genitales, irá perfilando nuestras preferencias. No creo yo, salvo algunos desajustes genéticos, que nadie nazca heterosexual, como no puedo creer que nadie nazca completamente facha. El mundo tendrá mucho que ver y que decir sobre la evolución del cachorro humano.

Yo creo que nos queda “Lo moral”. Una moral, sólo eso, que como todas las morales tienen  por un lado, sus componentes íntimos, personales e intransferibles y por otro,  una dimensión social. 

Sobre la parte personal, nada que decir. Como la religión, el gusto culinario, el onanismo o las afinidades deportivas, que cada uno, con su pan se lo coma. Pero la controversia surge cuando esa moral, que ya hemos dicho es personal e intransferible y nos conduce hacia unos parámetros de comportamiento ciudadano, viene a erigirse en “La moral” y sin otros argumentos que mi propia forma de vida, mi propia forma de entender las relaciones entre las personas y mi propia forma de relacionarme con el mundo,  y pretende ser la única forma de vivir, la moral buena, la moral “pata negra”, como si dijéramos.

Uno tenía que haber empezado por decir que el matrimonio, aparte de para facilitar ciertas servidumbres administrativas, sirve para poco y  le parece a uno,  una soberana tontería. Que ni ata ni une nada está más que demostrado, que lo que ata o une a las personas es otra cosa, otro misterio. Pero no estamos hablando de utilitarismos ni de fantasías amorosas, creo. Creo que estamos hablando de derechos. (No sé por qué digo estamos hablando, así, en plural. Ay)

Y, por fin, llega la confirmación de la sospecha: Creo que lo que molesta y enerva de esa manera a los que se manifiestan contrarios a cómo quieran organizar su vida otras personas, es eso, que tengan ese derecho.

Que tengan los mismos derechos que ellos, habiendo declarado públicamente no ser “iguales” que ellos. Ahí radica casi todo el sustento filosófico de la reacción: que los que han testimoniado su diferencia, pretendan vivir junto a mí como iguales.
 
 
 
 

1 comentario:

Pepe dijo...

Magnífico Juan Antonio