martes, 6 de enero de 2009

FINLANDIA


El otro día un amigo intelectual ¡cómo no!, me decía: “No voy a poder tomarme la última contigo porque mañana salgo para Finlandia”.

Yo tengo mucho mundo (interior) y cuando alguien me espeta algo de esta envergadura, actúo como si me pareciera lo más natural del mundo. ¡Ah, vale, pues si te vas a Finlandia nada, lo dejamos para otro día, hombre!.

La verdad es que cuando un intelectual por amigo y brillante que sea, me dice que se va a Finlandia o a Estepona, que para mi caso lo mismo da, de lo que me entran ganas es de decirle “me cago en tus muertos” porque yo tengo una envidia fugaz pero muy rotunda. Luego vuelven, los afortunados, de estos viajes; La Gran China, Nueva York, Finlandia… y parece que no les hubiera sucedido nada.

Yo creo que todos mentimos, ellos haciéndose los chulitos y yo haciéndome el que no voy a Finlandia porque no me sale de las narices. Sin embargo, a veces se siente uno muy mediocre y muy impresionable.

Como cuando llegabas tirao por la vida errante y bohemio a la casa de algún camarada y te dejaba un cuarto y un catre donde hospedarte una temporada y el camarada salía por la mañana a trabajar y tú te quedabas solo en aquella casa extraña y procurabas no tocar nada, pero no podías dejar de fijarte en los detalles del día a día de tu amigo.

El libro abierto sobre la mesa de centro del saloncito (en las casas de mis colegas a todas las dependencias se les podía aplicar con total justicia el diminutivo), el cenicero colmado de las colillas de la víspera, la copa de vino tinto que tiñe todavía la transparencia del vidrio, el disco de los Doors tirado de cualquier manera sobre un sofá, las cartas amontonadas sobre el frigorífico, la pasta de dientes estrujada y enrollada sobre sí misma para aprovechar hasta el más mínimo aliento de flúor.

Uno si no fuera escritor y poeta lírico, a esta forma de escudriñar la intimidad de los amigos, la llamaría cotilleo y simplezas de Marujón. Pero alguna ventaja tiene este, llamémosle oficio, y es la capacidad de evocación que nos otorga. (Aparte de poder irte unos días a Finlandia para perorar, pongamos, sobre la novela estructuralista mesetaria en un congreso del copón)

Se quiere decir que mientras que algunos viven sólo una vida, esa que sucumbe en cada momento presente y que acaso se sostiene en las posibilidades futuras, otros prestamos una gran atención al pasado, a lo acontecido, y eso es lo que caracteriza a los grandes novelistas, a los sublimes poetas y a los articulistas majarones.
Vivimos así, casi sin vivir en nosotros como la santa, pero sabemos que si vamos a Finlandia algún día dedicaremos el resto de nuestra obra a glosar la memorable hazaña.

Es como cuando un desconocido te saluda y te dice: “Eh, tío, de puta madre el artículo que escribiste el otro día”. Y ponemos cara de estar muy acostumbrados a estos halagos.
“Gracias, muchas gracias” contestamos, quitándole importancia al halago y, por supuesto al artículo.
Después en la taberna, quitándole importancia también, comentamos como quien no quiere la cosa: “Pues parece ser que el artículo del otro día ha tenido mucho éxito entre la concurrencia” y convertimos, con ese patetismo tan común entre los escritores, toreros y cantantes, a nuestro admirador en legión y a sus palabras de aliento en tendencia.
No me acuerdo ya quién dijo aquello de “Lo que no se cuenta será como si no hubiera sucedido” pero asumo esa sentencia como asume Finlandia su paisaje de costa herida por un fiordo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen texto. En general me agrada mucho su estilo, lo que no entiendo es la cantidad de comentarios absurdos que ponen los visitantes de este blog.

Saludos.