jueves, 2 de junio de 2011

¿QUÉ QUIEREN TOMAR?





Este artículo, este cacho de papel manchado de tinta y letra o esta pantalla que titila y de pronto la inmaculada blancura del procesador se va llenando como de hormigas, laboriosos insectos del alfabeto que dan forma a los símbolos que, a su vez, componen la frase, el verso, el idioma. ¡Qué misterio! .
Esta cabecita loca que maneja los hilos del pensamiento sin atender al prodigio memorístico de la mecanografía, de la ortografía, de la sedimentación de las lecturas, del poso que ha ido dejando la cultura adquirida; esta cabecita que debiera estar pensando en otras cosas, penando otras penas...

Antes poníamos los diez dedos sobre el teclado y salían borbotones de ideas, daba igual su sentido, su discurso porque eran los discursos de un demente. Un demente que escribía sólo para él, un demente que escribía florecillas del estilo unas veces, vómitos de la desgracia otras.

Ahora los diez dedos sobre el teclado están atentos a una entidad misteriosa a la que llamamos lectores, son dos, tres, cincuenta, seguro que no muchos más esos lectores. ¿Cómo podemos demostrar que afirmaciones como esta, sobre la raquítica importancia que tiene lo que hacemos no responden a una falsa modestia, que estamos seguros de ello, que medio centenar de personas atendiéndole a uno nos parecen multitud, que seguramente no tenemos, contando hasta los muertos, cincuenta amigos en la vida real?

Son unos cuantos que se toman la molestia de venirse con uno a perorar de esto y de aquello, como los transeúntes que intercambian en las estaciones de provincia unas palabras sobre el tiempo meteorológico, sobre los retrasos de los trenes, sobre los destinos. Tiempo, trenes tardíos, destinos...una trinidad filosófica que asfixia desde siempre al ser humano. Todo lo que se dice tiene una trascendencia que uno no quiso. Querríamos que se recordara, que las tres o cuatro personas que tenemos en la cabeza recordarán nuestro poema, nuestra risa, nuestra canción triste de madrugada, nuestro abrazo de amigo en la indigencia, nuestro espanto vital frente a la jauría del mundo. Pero no, nunca es así, alguien recuerda después de muchos años el aspaviento de un gesto, la impertinencia de un comentario, la crítica destemplada a alguna obra, la anécdota vestida, otra vez, con las mejores galas de la categoría.

Y seguimos, seguimos lanzando desde nuestra ventana de francotirador los fogueos que nos parecen oportunos, miramos las cosas de la vida como patéticos cronistas, alguno nos dirá “oye no vayas a poner esto en tus artículos” porque le parecemos muy pesado y muy indiscreto, porque los retratos, si se hacen, deben ser de mutuo acuerdo y no a traición.

Otro nos pregunta cómo es que no hemos escrito ya nuestra glosa a los movimientos juveniles, cómo es que no hemos cantado ya en la plaza del pueblo, gratis otra vez, para los muchachos que quieren cambiar el mundo pidiendo permiso, que quieren hacer la revolución sin romper nada, ni siquiera la cubertería de bohemia con que los ricos brindan por sus triunfos. Cómo es que no hemos puesto por escrito que se nos saltaron las lágrimas viendo cómo la policía golpeaba impunemente a los muchachos, cómo dudamos del pacifismo viendo a los jóvenes apaleados, pidiendo paz como piden clemencia a los verdugos los condenados. Cómo estuvimos incluso a punto de citar el más desafortunado verso de Antonio Machado “Si mi pluma valiera tu pistola” porque su pluma ha valido mucho más que la pistola de Líster.

Sabemos que los chirigoteros de la poesía jamás nos querrán ni nos respetarán porque saben que no somos nadie y en cuanto pueden nos espetan que ellos la tienen más larga, la musa, y que nosotros no sabemos ná de ná , porque nuestro expediente académico es una vacuna contra la viruela, como el de Filemón. Los analistas políticos de barrio nos toleran porque a veces usamos palabras raras y eso adorna una miaja nuestra indigencia intelectual. Los académicos del bachillerato de letras vendrán a corregirnos, otra vez, los puntos y las comas y le entrara a uno una tristeza muy grande y muy redonda, como la calva cabeza de un intelectual orgánico. No iremos ya nunca más a leer nuestras poesías a los ateneos porque muchachos mucho más enérgicos y valiosos han tomado el relevo de la rapsodia y de los premios y se aferran al micrófono como el naúfrago a su tabla, que tampoco es que esta comparación sea gran cosa, esta comparación anda de saldo en los grandes almacenes de la palabra, junto a “Espectáculo dantesco” “Luz dolorosa” y “Tú me me llamas, amor / yo cojo un taxi” .

Por todas esas cosas, y más que me callo, por los que sabiendo todo esto siguen viniendo a estas páginas que por no ser, no son ni páginas, sino “entradas” de un cuaderno colgado en el espacio virtual, acojo mansamente esa atención que se me presta, a mí que como Pessoa “He fracasado hasta en los intentos”. Invito a una copa (también virtual, qué mundo este, caballeros) a esa inmensa minoría. Y vengo ahora a la escritura a respetarlos, ahora vengo a hacerme entender y a descifrar mis propios laberintos en estos senderos de la impudicia a la que llamamos, por chulería, columnas de opinión.

1 comentario:

Pepe Fernández dijo...

Pues acepto gustoso la copa virtual.Siempre es un placer leerte