sábado, 10 de marzo de 2012

ARS POÉTICA



Me desperté sudando. Había sido una pesadilla y lo sabía, pero estuve durante unos cinco minutos confuso, tratando de acomodar la cabeza a la realidad.
En la pesadilla uno escribía poemas, muchos, decenas de poesías que salían de una máquina parecida a esas que utilizan los churreros para dar forma cilíndrica a la masa de aceite y harina. Bueno,  pues de aquella máquina de extrusionar surgían una especie de pergaminos impresos que, tal como salían, yo iba  regalando a unas personas que venían en autobuses, sólo para verme. En el sueño me había convertido en una atracción de feria para turistas de edad provecta. Cada uno de los pasajeros del autobús, cuando recibía su poema lo leía en voz alta, como los rapsodas en los ateneos de provincia, y el resto de los jubiletas aplaudía el recital del compañero con gran entusiasmo,  mientras que yo iba escribiendo con magias secretas una poesía tras otra y moviendo la palanca de la máquina churrero-poética que vomitaba versos.

Los turistas líricos iban vestidos como turistas, es decir; haciendo el ridículo y antes de recibir su poema-churro sacaban cámaras de fotografiar modernísimas y se hacían los unos a los otros reportajes. A mí nada de esto me entretenía de mi labor, estaba inspirado como Pessoa cuando escribió “El guardador de Rebaños” en una sola noche, de pie, apoyado quizá en el alfeízar de la ventana de la casa de pensión.

También tenía yo un rapto poético sublime y como había muchos estampados me salían cuartetas de colores. Ante los  pantalones cortos con marcas de mosquitos en las espinillas de los turistas   escribía endecasílabos exóticos,  y creaba sin ningún esfuerzo sonetos humorísticos como Quevedo y Góngora  cuando miraba las  camisetas espantosas con leyendas impresas del tipo “Mucho sexo nubla la vista”( y claro, la gracia estaba en que esa frase impresa se veía borrosa y así a la Maruja que la leía le entraba un ataque de risa que de ser jóvenes todos ellos, hubiera concluido en una orgía, metiéndose mano todos a todos) .

Entre tanto hortera, mis composiciones eran cada vez más celebradas. Yo sabía que cada poema-churro que paría era más malo que el anterior, pero empezó a darme igual. ¡Me halagaban tanto el aplauso y la fanfarria, que me pervertía por momentos! Si observaba  que rimando “grajo” con “carajo” la afición se desternillaba, afinaba un poco más la travesura picante y para la siguiente estrofa casaba “madroño” con “coño” . 

Lo malo estuvo,  y ahí fue cuando el sueño fue transformándose en pesadilla, en que fugazmente, entre la juerga de los turistas, vi aparecer una figura que no cuadraba con aquel ambiente. Se trataba de un hombre de unos sesenta y tantos años, con algunos kilos de más, vestido con un gabán  marrón, de esos de la segunda década del siglo XX. Disimulaba su presumible alopecia con  un sombrero de ala ancha, también muy antiguo, y   llevaba las manos en los bolsillos de su gabán, como Pedro Navaja, el de la copla, pero sin resultar amenazante. Entre  tanto folclore indumentario como gastaban mis entregados turistas líricos, la sobriedad de esa figura me chocaba y me inquietaba.

Su aparición en la escena de mis sueños era una copia de esa chulería artística que hizo Spielberg en “La lista de Schlinder” , cuando entre la barbarie de asesinatos nos deja ver a la niña del abrigo rojo, paseando ausente por el horror, que yo creo que Spielberg quiso -y consiguió- que centráramos nuestra atención en una sola persona. Que personalizáramos el espanto, porque sabía  el director que cuando los muertos son miles, se nos insensibiliza el corazón y ya estamos más pendientes de contabilizar los asesinatos que de estremecernos. Después, una vez conocida a la niña y personalizada su tragedia, Spielberg se encarga de mostrárnosla ya muerta sobre un tumulto inerte de cuerpos. Cuando ya todos conocíamos a esa niña con su abrigo rojo.

Pues en mi sueño, la figura del gabán y el sombrero anticuados, cumplía para mí esa función y a medida que se acercaba a mi kiosco de poesías-churros, me embargaba una emoción extraña. Ya había perpetrado uno algunos romances castizos, con lunas luneras y flamencas bailongas que un señor con gorra de visera y gafas de espejos recitaba casi cantando, como si fuera una jota, mientras que la concurrencia batía algunas palmas acompasadas, como en una romería.

Cuando  estuvo tan cerca que no podía evitarlo, la figura del gabán y el sombrero me miró fijamente a los ojos. No había reproche en su mirada pero sí una gran decepción, una especie de “¿y para esto has quedado?

Sacó el hombre del bolsillo un papelito, mientras que yo, fuera de mí daba vueltas y vueltas a la palanca de hacer poemas, salían a decenas, se caían por el suelo como serpentinas de una fiesta, los jubilados los rescataban del asfalto y se los tiraban unos a otros. Uno de ellos, con cara de tonto, se los comía directamente y luego lanzaba un eructo de satisfacción y salían de su boca en forma de burbujas algunos versos.  Yo no quería coger el papel que me ofrecía aquel hombre, pero en los sueños no hace uno lo que quiere. ¿Quién no ha soñado alguna vez que se acuesta con una mujer que en la vida real nos da yuyu? ¿Por qué no nos acostamos en sueños, nunca, con Elsa Pataki? .

De manera que tomé el papelito entre mis manos, detuve mi incontinencia versificadora y leí- y juro que en el sueño lo leí con toda exactitud- lo siguiente:

                                             ¿Cuya es esta frente? ¿Cuyo
                                                este mentón azulado?
                                             ¿Cuya esta boca sumida,
                                                 y estos ojos fatigados
                                                de la letra diminuta
                                              y de los montes lejanos?
                                             Siempre mira el hombre
                                     al hombre con piedad de su retrato.

                                                Madrid, junio de 1922

                      ANTONIO MACHADO ( 1875,SEVILLA - 1939,FRANCIA )





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