sábado, 16 de junio de 2007

DUALIDAD

Hace unos años, estaba mi menda paseándose por las orillas de Bajo Guía, el barrio de Sanlúcar de Barrameda, al que todavía llaman barrio marinero, que hace ya décadas que no es marinero ni nada. Un barrio de restaurantes y turistas. Un barrio donde se dan cita para lo del marisco; políticos, famosillos y guiris de parecida testuz a la de las gambas que comerán con cuchillo y tenedor, seducidos por el exotismo de nuestros productos, con una actitud parecida a la nuestra cuando nos comemos un cacho de serpiente en Indonesia. Pues por allí vagaba, silbando probablemente una cancioncilla de Bob Dylan, porque a uno siempre le ha gustado el viejo Bob con esa voz como de pregonero de pescao seco y esas letras en inglés que son poemas bonitos, de los que el jurado de un certamen de poesía provincial, jamás premiaría, pendientes como están estos jurados siempre, del decoro silábico de los poetas del siglo XXI. A uno, el viejo Bob le gustaba antes de que le dieran el Príncipe de Asturias de las artes, ahora presiente uno que va a empezar a gustarle menos, cuando se llenen las estanterías del corte inglés de recopilatorios y de inéditos de Dylan. El hombre es para escucharlo un ratito, y luego poner a Van Morrison o a B.B. King, pero no para estar todo el día con el country y las metáforas visionarias, católicas o emporradas, que de todo hay en la errática discografía del genio. Otro genio más, por cierto, como Valderrama, Rocío Jurado, Pedro Almodóvar y Farruquito, cada uno en lo suyo. Faltaba poco para que se pusiera el sol. Es un topicazo como un camión, pero la puesta de sol desde Bajo Guía es espectacular y, lo que es más sorprendente; lo es cada día. Apenas repite el crepúsculo, su poema visual, no como otros que siempre están escribiendo el mismo (poema, se entiende). Ayudan, claro está, la serenidad de las olas, que llegan a esa orilla como hastiadas, ayudan las combinaciones de color y luz, que propician la arena, el cielo casi siempre claro y, sobre todo, el tímido verdor del Coto Doñana, cuyas dunas coronadas de matojos, asoman desde la otra orilla. Alguna vez ha visto uno a un flamenco, acribillado por la luz crepuscular, convertirse en un animal mítico, y hasta a algún cochino jabalí, pararse a mirar cómo se oculta el sol en el horizonte, se diría que conmovido por la insoportable levedad del ser. Esta paz y esta contemplación del mundo, fue de pronto interrumpida, el día del que les hablo, por una profusión de fuerzas y cuerpos de las seguridad del estado, fuera de lo normal. No podía ser la incautación de un alijo de chocolate del moro, porque esas pendencias de la droga, la prohibición, la policía y los ladrones, suelen darse de madrugada. Cuando hay mucha policía por esta zona del mundo, todo el paisanaje sabe ya, que si no es una operación contra el narcotráfico, es que el presidente de turno del gobierno de España, se va a meditar unos días sobre lo divino y lo humano, ahí, al palacio de las Marismillas, a conmoverse como el cochinillo jabalí. Aquel día, todavía era presidente de turno el señor José María Aznar. Eran los tiempos en que este señor presidente, salía cada día en la tele echándonos la bronca, con el dedito deícida que diría Cesar Vallejo. Era el tiempo en que ya se perfilaba la especie de extravagante ultra en que se convertiría en cuanto dejase el gobierno y no tuviera que pagar peajes electorales a la opinión pública. Entonces asistí por primera vez a una transformación facial y gestual que sólo había visto en los dibujos animados. Un fan de Aznar, que ya hay que ser infeliz para hacerse fan de Aznar, estando por ahí Elsa Pataki (otra vez sale esta mujer en mi columna, al final veremos si vamos a tener esta gran mujer y yo algo…) le daba un poquito la brasa pidiendo un autógrafo o una foto, no sé. El caso es que el felizmente ex presidente del gobierno, le dedicó a este hombre, una sonrisa angelical, llena de comprensión y, yo creo, que hasta de ternura. Pero de pronto, en segundos, ya digo, como en los dibujos animados, miro al guardaespaldas que tenía a su derecha, con la cara roja de ira y los ojos inyectados de desprecio, exigiéndole al segurata que le quitara al pelmazo de encima. Yo en aquella transformación de Aznar, vi una representación gráfica de toda su política. Ese hablar catalán en la intimidad, al que sucede, como con la cara y el fan, una persecución política y mediática de los nacionalismos democráticos. Ese invitar a los sindicatos a los congresos del PP, al que sucede una reforma laboral cafre. Ese enternecedor, créanme, ciudadanos, Irak está infectado de bombas gordas, al que sucede el “es que yo no lo sabía” en tono frívolo y vacilón. Y ese desprecio tan grande a todos los que no piensan como él, con su melenita pija.
JUAN ANTONIO GALLARDO.-. JUNIO DE 2007

No hay comentarios: