domingo, 2 de octubre de 2011

CONTRA LA VEJEZ


Hoy es el día de las personas mayores, así las llaman, y como si todos fueran nuestros padres o abuelos, se habla con gran respeto de esa circunstancia temporal, de ese triunfo sobre la muerte de los que han llegado a la senectud. Los noticieros se ponen babosos y nos los muestran con familiar cariño.

Habitualmente se prestigia la vejez, como si esa inminencia de la muerte dotara a los mayores de sabiduría, como si no hubiera en ellos, los mayores, sobre todo miedo y voluntad de sobrevivir algunos años, los que sean y casi como sea.

Como si por ser nuestros padres y abuelos no estuvieran ya en el mundo y anduvieran exentos de pecado, alejados de las tentaciones de la carne o la avaricia, atormentados por el deseo y pensativos frente a la vida que ha pasado, tan rápido, como una broma del tiempo.

La ilusión del viejito venerable, justo, sabio, cuya opinión merece la pena ser tenida en cuenta, se deshace en cuanto vamos a alguna fiesta de la llamada tercera edad y los vemos allí, bailando en lucha contra sus artrosis y sus crónicas lumbargias, el baile de los pajaritos. 

Esa sonrisa estúpida que a todos se les pone cuando, al ritmo del impío hombre orquesta del hotel, hacen su gimnasia danzarina, ese gregarismo de ir a visitar monumentos y a echarse fotos delante de los pórticos de las iglesias mientras una muchacha joven les arrea como al ganado, o les da veinte minutos para que compren tonterías y tipismos del pueblo visitado. Esa gula infantil pese a los consejos de los médicos de cabecera con que comen cualquier porquería que se les ponga en el plato y esos aplausos acríticos al grupo folclórico de cante y baile que les ameniza la merienda.

Y se pregunta uno; ¿A quién de estos/as mendrugos/as podría yo pedirle consejo?

El justo y el sabio, cuando aparecen por la vida, lo hacen porque siempre lo fueron o la mayor parte de su tiempo quisieron actuar con eso; sabiduría y justicia.

La edad no nos da nada nuevo, bueno sí; dolores que nunca sentimos, bultos que nacen de madrugada y que se descubren al amanecer, verrugas feísimas que no sabemos qué mensaje vienen a darnos, huesos que crujen como la madera vieja, pidiéndonos clemencia y reposo. La edad nos quita vigor y sobre todo nos quita esperanza.

Pero ocurre que en ellos, en los viejos, se proyecta siempre la sombra de nuestros padres y queremos honrarlos y para eso decimos que hay conocimiento y experiencia y que, aunque se pierda la dignidad al ir conducidos como borregos por las industrias del ocio y la hostelería, hay bajo el sombrero alguien al volante todavía.

Los viejos, vamos diciendo, el único plus que tienen es precisamente el de los años. Es mentira que sepa más el diablo por viejo que por demonio. Lo que sabe ese ángel del señor lo ha sabido siempre, por eso se puso flamenco con dios padre y por eso dios padre lo favoreció tanto, dándole para siempre la franquicia del pecado y la perversión.

Siempre hay excepciones que confirman la regla. Lo que dijo sobre la vejez La Rochefoucauld, nos parece un poco cruel, como todas las sentencias, pero bastante atinado:

La vejez es un tirano que prohíbe, bajo pena de muerte, todos los placeres de juventud.”

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