sábado, 8 de octubre de 2011

CONTRASTES




 
He visto a hombres que cuando se acercan cargados con su negocio de baratijas y tonterías de mercadillo se mantienen erguidos, no nos dirigen la palabra, hacen una seña para que observemos la triste mercancía que portan; los zarcillos, las pulseras, las muñequeras, los collares exóticos, las gafas de sol y los pañuelos- que si comprásemos el lote completo podríamos suplantar a algún artista de esos, como el loco de la colina, Keith Richards o Sarita Montiel- he visto, decía, a esos hombres que tienen que ganarse la vida con excentricidades y tonterías que ellos mismos jamás se colgarían. Te miran como si fueran príncipes de alguna lejana península negra y jamás pierden la dignidad por peregrinas que sean sus andanzas e industrias.

Y ha visto uno a mercaderes y empresarios con chalés y automóviles enormes, perder el culo por un cliente, desvivirse porque al político que le puede licitar la obra o favorecer en el concurso público no le falte ni gloria en esos almuerzos de negocios donde la dignidad de todos los comensales se escurre por los sumideros de la vergüenza. Los he visto ofrecerles a los orondos directores generales más comida y más vino, decirles lo buenos, guapos y divertidos que son, reírles las gracias al gerifalte forrado y llevárselos de putas a la hora de la sobremesa. No sabemos si una vez en la casa de citas, ellos mismos se aplicarían a jabonarles las ingles a los tiranuelos.

He visto a una duquesa octogenaria arrancarse en un baile por bulerías el día de su boda, un zapateado que dice más que cualquier discurso que pudiera esa mujer escribir, un zapateado que le dice al vulgo; 

Ea, esta soy yo y así he vivido siempre. Haciendo lo que me ha salido de ahí, festejando y cobrando millones mientras vuestros hijos se mueren de asco, catando las cúpulas del poder por una cuestión de sangre, herencia y escarnio histórico de un pueblo que no tuvo su revolución, que prefirió un levantamiento castizo, que promulgaba ante la ilustración ; vivan las caenas. Con dos cojones. Pues aquí me tenéis, amado pueblo, que venís una vez más a verme feliz mientras que vuestros días y vuestras noches se llenan de angustia, necesidad y dolor.”

He visto a otros aristócratas, estos sin abolengo ninguno, aristócratas de la clase obrera, olvidarse de las penurias de su origen y malversar el trabajo digno que tienen, perder la vida rellenando cucigramas en ergonómicas oficinas, tomarse muchos cafés a todas horas y organizar barbacoas cada vez que pueden con los compañeros de trabajo. Asistir entusiasmados a los juegos de simulación con que la clase media quiere alejarse como de la peste de la famélica legión .

Uno de ellos no concebía la razón por la que en las oficinas de correos de la ciudad había esas colas tan largas. ¿Todos estos pringados reciben cartas, paquetes certificados, telegramas desde lejanas costas? Me preguntaba el muchacho. No, hijo, todas estas gentes vienen a pagar, hoy que es día diez y se acaban de cobrar los subsidios del hambre, los recibos de la luz antes de que se produzca el corte definitivo, el teléfono, la multa...Pero mi amigo de afectación tan aristocrática como la duquesa no entraba en razón. “Joder, pues ya podían domiciliarlas y nos ahorraban a todos tiempo”

Hubiera sido muy largo, muy triste y muy inútil tratar de explicarle que hace años que estas personas no tienen un saldo positivo en la cuenta corriente, que todos los recibos llegan devueltos y vuelven, cargados de amenazas y rencor recaudatorio, en forma de cartas certificadas, en forma de último aviso, pero algo de todo esto quise contarle. ¡Pues que pongan dos colas!, concluyó el genio.

¿Cómo las llamarías? Le dije ya un poco picado: ¿La cola de los pobres y la cola de los otros? ¿El turno de la pena y el turno del bienestar? ¿La cola de la prosperidad y la cola de la ruina? . Mi amigo (dejémoslo en conocido) hizo algún aspaviento, como quien se quita una mosca gorda y fea de la cara, bromeó una miaja; este Gallardo, es que es un bohemio, así te va...y viendo que su solución tenía mil nombres; segregación, clasismo, fascismo embrionario, etc, etc, se largó. Mirando de vez en cuando atrás, no fuera que alguno de los jornaleros y parados que habían estado oyendo su gilipollez, anduviera siguiéndole para darle el paseíllo.

No queremos que a este fulano, ni a nadie, le den más cates que los dialécticos que, en su caso, son estrictamente necesarios. Hacer una pedagogía de la realidad, la que nos han enmascarado, para que ninguno sepamos quiénes nos acechan de verdad, quiénes nos amenazan. Desnudar de eufemismos la gran estafa y demostrar que es muy sencillo delimitar lo que es justo y lo que no. Porque ocurrirá que alguna vez tengamos que citar de memoria aquellos versos de Nicolás Guillén que transcribo aquí, como homenaje, como recordatorio y , quién sabe, si como advertencia.

No me dan pena los burgueses vencidos.
Y cuando pienso que van a dar me pena,
aprieto bien los dientes, y cierro bien los ojos.

Pienso en mis largos días sin zapatos ni rosas,
pienso en mis largos días sin sombrero ni nubes,
pienso en mis largos días sin camisa ni sueños,
pienso en mis largos días con mi piel prohibida,
pienso en mis largos días Y

No pase, por favor, esto es un club.
La nómina está llena.
No hay pieza en el hotel.
El señor ha salido.

Se busca una muchacha.
Fraude en las elecciones.
Gran baile para ciegos.

Cayó el premio mayor en Santa Clara.
Tómbola para huérfanos.
El caballero está en París.
La señora marquesa no recibe.
En fin Y

Que todo lo recuerdo y como todo lo recuerdo,
¿qué carajo me pide usted que haga?
Además, pregúnteles,
estoy seguro de que también
recuerdan ellos.




2 comentarios:

Silvia Delgado dijo...

oh, diosito¡, què gran placer es leer lo que escribes.

Anónimo dijo...

Pues ahora, que critiquen los envidiosos e ignorantes.
Te has superao Juan