sábado, 19 de mayo de 2012

NO HACE FALTA UNA REVOLUCIÓN





Para lo que uno necesita no debiera hacer falta hacer una revolución. Eso demuestra que el mundo está mal hecho, no es necesario proveerse de grandes ideas, ni de un corpus moral por el que todo lo vivido se vaya filtrando.

Para lo que uno necesita no debiera hacer falta llenarse de argumentos, los argumentos y los millones de páginas escritas para argumentar los argumentos han hecho falta porque el mundo está mal hecho. También podríamos añadir; mal repartido. Y si nos ponemos a añadir añadidos, al final tendremos otro tocho revolucionario.

Si falta agua en el mundo, en buena parte del mundo siendo este planeta prácticamente el planeta “Agua” que no sabemos porque fue bautizado de otra manera, tendríamos que trabajar sin descanso para potabilizar todo el agua que fuera posible y que nadie pasara sed. Eso de pasar sed en el planeta “Agua” es una guarrería moral tan grande que a lo mejor hace falta una revolución; acuática.

Lo del hambre también es un malísimo chiste negro. Todos sabemos que la condena al hambre de miles, millones, de seres humanos es otra guarrería (no se me ocurre otra palabra) y que si no fuésemos como somos, nadie debería conciliar el sueño sabiendo que hay personas que agonizan, que se comerían gustosos los restos de nuestro cubo de la basura. Esto de pasar hambre en un mundo repleto de recursos naturales y repleto de sobras, caducos alimentos, cosechas desperdiciadas, es una guarrería moral tan grande que a lo mejor hace falta una revolución; del hambre.

Cuando era mi hija pequeña, veíamos en la televisión uno de esos reportajes en los que un niño, casi siempre negro, trataba de succionar del pecho de su madre un poco de alimento. No había nada en aquella mujer raquítica y veía la mujer cómo poco a poco iba su fracasado lactante desfalleciendo hasta morir. Mi hija, que a tan tierna edad comenzaba a asumir las distancias del etnocentrismo occidental, me preguntó; ¿Pero papá, ellos no se quieren como nosotros, verdad? . Y no me acuerdo muy bien de mi respuesta, pero creo que le mentí. Que unos niños mueran y que otros puedan hacer esas preguntas y recibir de su padre atención y cariño, pero también alguna piadosa mentira, a lo mejor precisa de una revolución; de la verdad.

Que un día llegue uno, como en los chistes, y diga; pues a partir de ahora tendríamos, compatriotas, que odiar intensamente a los vecinos. Porque nos han quitado el agua (hay para repartir) y nos roban la comida (que ya sabemos que también sobra) y encima quieren que su verdad sea nuestra verdad cuando todo el mundo sabe que la verdad es nuestra y no suya, su verdad. Y los ciudadanos de un pueblo, barrio, parroquia o país, se sientan impelidos a degollar, bombardear, saquear y violar a los ciudadanos de otro pueblo, barrio o país, cuando alabemos los honores de la guerra y la gloria asquerosa (otra vez, otra vez esta palabra) de las batallas, cuando besemos las banderas sin pensar que hay que guardar los besos para las novias y los novios, para los hijos, los nietos, para quien merece ser besado, no una puta bandera, no un miserable trapo por el que muchas personas han muerto y ya a nadie podrán besar. Para evitar que nos metan en esa mierda asesina de la guerra, a lo mejor hace falta una revolución, de la paz.

Si una mujer es como yo, pero a mí me gusta más que yo y que mi amigo, porque es mujer y me gustan sus cosas; sus pechos(no me gustan los pechos de mis amigos) sus muslos (no me he fijado en mi vida en los muslos de mis amigos) su trasero (me entra la risa si pienso en el trasero de mis amigos, pero me entra otra cosa si pienso en el trasero de las mujeres) Si, en definitiva, una mujer es como yo pero a mí me gusta más. ¿Cómo es posible que podamos condenar a las mujeres a vivir supeditadas a un tío? ¿Cómo es posible que con lo guapas que son queramos taparles las turgencias, correr un velo por sus rostros, como si diera vergüenza esa belleza, como si no fuésemos los hombres capaces de soportarla sin grosería, de venerar sin agresión? ¿Tan poco nos fiamos los hombres de nosotros mismos? ¿Tan asquerosos (otra vez) somos? . A lo mejor para evitar este complejo fálico de las sociedades hace falta una revolución; sexual.

Si, como hemos dicho, el mundo está mal hecho. ¿Por qué tenemos la obligación de rendir culto y pleitesía al que supuestamente perpetró semejante chapuza? No nos convence ese dios que asesina, mata y quema a las personas. Ese dios que cuando más a gusto estamos, pongamos en Sodoma, pongamos en Gomorra, llega y bombardea la ciudad. Ese dios que cuando Eva y Adán empiezan a encontrarle un sentido al paraíso, comiendo, devorando lascivamente, todas las manzanas de la prohibición, se cabrea. No queremos un dios cabreado porque nosotros estamos más que cabreados con él, con su inexistencia, con su ubicuidad, con su divino desdén, con su iracunda justicia. Queremos vivir aquí, con pan, con agua, en paz, con sexo y con libertad. A lo mejor para escapar del pecado original hace falta una revolución; laica y vagamente pecaminosa.

Lo de la revolución, va quedando demostrado, para lo que uno necesita no debiera hacer falta; unos libros, algo de música, si no hay aparatos reproductores da igual; un guitarra, una flauta, un tambor. 

Parece mentira que sí, que para lo que uno necesita haga falta, tanta falta, una revolución.

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