sábado, 26 de mayo de 2012

SOBREPESO




Podemos lanzar la pregunta al aire pero sabemos muy bien la respuesta. ¿Ha pasado el tiempo por nosotros? ¿Ha hecho el tiempo de las suyas? La bruja del cuento le preguntaba al espejo mágico quién era la más bella del reino y una mañana, el espejo mágico, le escupió en la cara su repuesta temible: “Tú ya no”. No fue, me parece, que otra belleza la desbancara de su trono a la bruja, porque ,por otra parte , Blancanieves tenía una cara de pánfila que daba grima. El “Tú ya no” del espejo era un constatación del tiempo transcurrido, del inexorable marchitarse del cuerpo humano.

Y es que vivimos sin perspectiva de nosotros mismos. La mayoría jamás nos hemos visto la espalda y seguramente nos iremos de este mundo sin verla. Es posible que en alguna travesura sexual nos hayamos puesto frente a un espejo para ver cómo movemos el culo, pero en esas circunstancias especiales tampoco nos fijamos mucho, además; de hacerlo probablemente nos daría la risa y se nos relajaría con la risa el cuerpo y la mente, y la sangre que tenía que llegar al pito no llegara y el pito cabizbajo nos quitara las ganas de reír. O , peor, provocara la carcajada de ella.
Yo, tras más de cuarenta años deambulando por la vida, no sé si tengo un lunar a la altura de los riñones, tirando al centro. No tengo ni idea. Y a lo mejor resulta que ese lunar, si lo tengo, un día puede ser la causa de una infección, de un tumorcito de esos que te mandan al otro barrio. Puede ser el causante ese lunar que desconozco y que me acompaña probablemente desde que nací, el motivo principal por el que me dejó aquella novia, porque puede ser que el lunar tuviese unos pelillos repugnantes y la novia no pudo soportarlo. No nos dijo nada, claro, porque cómo confesar a los amigos y a las amigas de la pandilla que iba a abandonar a un muchacho por un lunar. Con pelos.

No sé tampoco que aspecto tiene mi nuca. Creo que a esta parte de mi anatomía la conozco de cuando me cortaba el pelo a navaja en las barberías de hombres. El barbero cuando había terminado la faena te ponía un espejo superpuesto sobre el reflejo de otro y te preguntaba ufano de su labor: ¿Qué te parece? Nunca escuché a nadie que dijese “regular”. Todos los hombres y los muchachos de la barbería estábamos encantados con nuestras nucas. Siempre nos parecía bien. A veces incluso muy bien. Ahora me corto el pelo en las peluquerías conocidas tradicionalmente como de “Señoras” y ya no me hacen ese truco de los espejos para que pueda verme la nuca. Ni me afeitan, ni me untan por la cara esa lociones que escocían tanto, después de que el barbero te hubiese echado media cara abajo con la afilada navaja.

Una noche soñé que tenía una calva en la nuca. Que nadie me lo decía porque todos sabían que eso me provocaría una tristeza muy grande. A eso de las cuatro de la mañana me levanté de la cama, encendí la luz y lo primero que hice fue poner los dos espejos del armario frente a frente y mirarme la nuca. Mi mujer me preguntó qué estaba haciendo y cuando le dije; ¡Estoy comprobando si tengo una calva en la nuca!, ni se extrañó ni nada, murmuró un ¡ay, qué hombre! Con una resignación que, tengo que decirlo, me hirió bastante. No había calva afortunadamente, lo que no quita que en cuanto termine de escribir estas líneas eché un vistazo para ver si la cosa sigue bien. A lo mejor incluso me miro lo del lunar, pero no sé...no creo, andan por aquí mi compañera y mi hija y ya han visto bastantes extravagancias de un servidor.

Hoy, liberado de las pintas a las que me obliga el trabajo, me he puesto una camiseta negra, tirando a rockera. Con esta camiseta ha dado uno bastantes conciertos, esta camiseta tirando a rockera me ha vestido cuando cantábamos en los chalés de los pijos canciones de los Stones y de los Beatles. Como era uno de los músicos, nadie me echaba por ir en camiseta. Con esta camiseta he recitado versos de mi primo/hermano Siroco en clubes de jazz, me las he dado de cantautor en chiringuitos de playa y he presentado libros en bibliotecas de pueblo. Y nadie me dijo nunca, como con la nuca, eh, camarada, deja de ponerte esa camiseta tirando a rockera que te sienta como el culo. Piensa uno que, entonces, no nos sentaba mal la dichosa camiseta. Hoy, cuando me la he puesto, las letras impresas se abultaban dolorosamente a la altura de la barriga. Y no quiero ni hablar de cómo ceñía la camiseta, mis antaño pectorales, convertidos ahora en tetas.

Me he dirigido cabizbajo, como el pito aquel de la historieta, a una farmacia. Me he subido en la máquina, me he puesto en posición de firmes bastante serio y he esperado el resultado. La máquina ha escupido un papelito con una tabla de magnitudes y proporciones. Yo siempre he dicho que medía un metro con ochenta y cuatro centímetros, porque una vez me tallaron para la mili y me dijeron eso. Ahora mido un metro con ochenta y un centímetros. He menguado. No contenta con esto, la máquina ha dictaminado que una masa corporal de hasta “26” estaba bien. Y yo tengo “27”. Abajo, como una última injuria, ponía en el papelito en negrilla; “Sobrepeso”.

Le he dicho al mancebo de la farmacia; Hola, buenos días, ¿ese peso funciona?. El mancebo me ha mirado de arriba abajo (recordemos que llevaba puesta la camiseta tirando a rockera) y ha contestado fríamente: “El peso sí”. ¿Por qué me habrá dicho eso? .

1 comentario:

Anónimo dijo...

Son cosas de la edad. No le des más vueltas Juan