martes, 26 de junio de 2007

MILITANCIAS

Se puede amar a una mujer por su risa, por sus manos cuando acarician, por sus gestos cuando habla y la mira uno embelesado, pensando “pero qué guapa es”.
Se puede amar a una mujer exclusivamente por su cuerpo, o por su inteligencia, o por la fuerza de su carácter, o por la dulzura de sus ojos cuando coinciden las miradas.

Seguro que a un hombre también se le podrá amar por cosas parecidas, pero de eso no “entiendo” y no me atrevo a enumerar motivos. Sin embargo, la pasión y el amor, generadores de la mitad de las cosas que suceden en el mundo (la otra mitad, ya se sabe, la generan sus antónimos; el aburrimiento y el odio) no evitarán que sepamos que esa mujer a la que se ama, tiene defectos, algunos sin importancia y otros que pueden llegar a sonrojar al más cándido y entregado amante.

Defectos, pese a todo, bellamente, fieramente humanos, que diría el poeta. Se amará también y sin condiciones, a la madre y al padre, pese a los enfrentamientos, pese a las meteduras de pata con las que nos hayan ido criando. Y a los hijos, se les amará de manera todavía más irracional y atropellada, sin esperar nada a cambio, sabiendo que nunca será su amor comparable al nuestro, sabiendo que como decía otro poeta, este persa, que anduvo muy de moda entre los hippies y los maestros de escuela de los años ochenta; “Los hijos no son hijos nuestros; que son hijos e hijas de la vida”.

Mas, sabremos también distinguir la excelencia y la virtud de los vástagos, de sus mediocridades, de sus faltas, que las tendrán, como la mujer amada, como la madre y el padre. Como nosotros mismos.

Por eso cuesta tanto entender esa ceguera militante que se pide a las ideas. Esa especie de catecismo en el que el ser humano que políticamente se define, de izquierdas o de derechas, tiene que ir consultando cada toma de postura. Las divisiones catetas entre buenos y malos, los principios irrenunciables, las fatigosas doctrinas, la lectura convertida en panfleto y el panfleto en libro sagrado, o en libro rojo.

La obligación de tener que tragar sapos intragables; porque forman parte, esos sapos, de la tradición que avanza en el carromato de nuestra ideología; sapos como Franco y Primo de Rivera, en el caso del carruaje de los conservadores españoles. Sapos como Stalin o Carrillo, en el caso del carromato progresista.

En estos tiempos, iba a decir de ideas, pero afortunadamente el lenguaje escrito es por naturaleza reflexivo; no son tiempos de ideas, exceptuando algunas extravagancias lírico-estilísticas de geniecillos de barriada, ciegos de porros.

Decía que en estos días electorales o preelectorales, o postelectorales, se pide a la sufrida militancia de los partidos que amen al – así llamado- líder, que veneren a esos líderes, que les perdonen a los líderes, las habitualísimas cagadas, meteduras de pata, gazapos y tonterías que estos digan cada vez que tengan ocasión de asomar el rostro por una televisión.

Verlos reír las discutibles gracias de los desangelados candidatos da pena y grima, sobre todo ver a los que colocan en los mítines con sus banderitas y sus politos recién planchados y sus melenitas de peluquería, tras el candidato, jóvenes en su mayoría, sentados en plan “somos más chachis que el copón bendito” da una grima y una pena muy grandes.

Verlos aplaudir, a los jóvenes y a los viejos, entusiasmados cuando los candidatos se quitan la chaqueta y la corbata para estar entre ellos, concediendo con esa descamisada estética, que pueden bajar hasta la chusma y saludarla, darles besitos a los niños de pañales (que piensa uno la culpa que tendrán los neonatos de las filias de sus embobados progenitores) y firmarles autógrafos con cara de pánfilos dadivosos a esas señoras con laca que siempre están en todos los sitios; ya sea un mitin tedioso de Zapatero, un club de la comedia de esos que monta Rajoy de vez en cuando, o una apoteosis folclórico judicial de la Pantoja.

La militancia se convierte así en una patética representación del borreguismo más soez. Se puede amar, decíamos, a una mujer, a unos padres, a unos hijos, con cierta ceguera, con poética pasión y aún así conocer sus defectos.

¿Cómo es posible que este amor por los líderes que profesa la militancia sea tan ciego? Porque felizmente, esos amores son tan ciegos como falsos y amainarán en cuanto pase esta cosa que ellos llaman, sin mearse de la risa, fiesta de la democracia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡COMUNISTA!!

Anónimo dijo...

por qué? Yo no veo que sea de signo comunista. Seguramente ere de los que piensa que todo el que no opina como tu es comunista. Estoy de acuerdo con gallardosqui y me parece muy lúcido el texto.

Candy dijo...

Desgraciadamente Gallardoski es parte de la " Barraca ".