sábado, 30 de abril de 2011

ALTA POLÍTICA



En casa funcionamos como una democracia asamblearia. Quiero decir que casi todas las decisiones que nos atañen como unidad familiar o pequeña tribu, las sometemos a una votación. Uno que hay por ahí, escribiendo también sus artículos, se descojonará porque esto le parecerá una deformación ideológica cuando no es más que una manera de ser, tan buena o mala como la suya.

Andamos de dinero regular tirando a déjame cien euros compadre, por lo que cuando decidimos adquirir algo nos sentamos los tres; padre, madre e hija, alrededor de la mesa y valoramos los pros y los contras del posible dispendio. Yo suelo ser el más rumboso y siempre me parece que podremos pagar los recibos mensuales. Ellas, la compañera y la hija, no lo ven así y enseguida me enseñan alguna carta amenazante que nos ha remitido una financiera reclamando el pago del tomo doscientos mil de la historia universal de la poesía, para quitarme las ganas, de gastos y de poetas.

Así, con este rigor presupuestario, hemos ido comprando nuestra televisión, un deuvedé, un ordenador desde el que escribo mis genialidades y un equipo de música que suena que es un primor. También un- así llamado- “Home Cinema” que no hay narices de conectar con tanto cable y que ha sido uno de nuestros más sonados fracasos adquisitivos, de manera que ha terminado arrumbado en la terraza junto al manual de jardinería para progres, la bicicleta estática que me compré porque una vez salí en la tele en un debate sobre la guerra de Irak y me descubrí a mí mismo más gordo que Meaf Loaf, el cantante Heavy, una barbacoa minúscula de cuando hacíamos fiestas y una pancarta con la leyenda “No a la guerra” que no tiro porque sé que, desgraciadamente, cada cierto tiempo, tengo que volver a hacer uso de ella.

Bueno, pues en nuestra casa funcionamos de esa manera, si llega un vendedor o un policía preguntando por el cabeza de familia, le explicamos como en una antigua viñeta de Mafalda, todo el sistema.

A mí, por ejemplo, me gustan mucho los sombreros y yo creo que me sientan de puta madre. Pero antes de comprarme uno lo consulto con ellas, porque no se trata solamente de ponernos de acuerdo con lo que estamos dispuestos a gastar, sino también con la oportunidad o no de dichos gastos. Ahora hemos empezado a aplicar este sistema con todos los aspectos de la vida. Hemos quedado en que cada vez que salga por la tele uno a favor, en contra pero con matices, o al revés, de la intervención en Libia, vamos a soltar un corte de mangas antológico y al unísono. Hemos pensado que todos los que salen en la tele tienen poder- como mínimo para salir en la tele- y que no son amigos nuestros.

También que cada vez que nuestro equipito de gobierno municipal asome la testa porque han inaugurado un socavón nuevo o un puesto de pipas, nos vamos a descojonar de risa en sus narices. Y así con casi todo.
Lo digo porque me gustaría que cada vez que digan alguna sandez o catetada, se les venga a a la cabeza a los alcaldes, alcaldables, alcaldesas y alguaciles, la imagen de una familia del pueblo, que se descojona viéndolos forrarse, vale, pero también haciendo el ridículo. A ver su tenemos suerte y me leen los jerifaltes.

En cuanto a lo de mi sombrero, decidimos que no, que al final no me lo compraría, que iba a parecer que definitivamente me había vuelto tonto.
Es que estoy en una edad muy delicada, papá” dijo mi hija acudiendo a una suerte de chantaje emocional de esos a los que son tan dados los hijos .

Y su madre apostilló refiriéndose a un servidor: “Y tú también, tú también estás en una edad muy delicada”. ¿Por qué me habrá dicho eso?.






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