viernes, 1 de abril de 2011

ANTOLOGÍA REVIISADA


Para Antonio Orihuela

Hay un hombre que está vendiendo hortalizas en un rincón de la plaza, del zoco. Asoma su cabeza al mundo desde un puesto misérrimo que monta y desmonta cada mañana. Es un hombre joven que nunca soñó con vender hortalizas en ninguna parte, un hombre que, aunque los desconozcamos, seguro que tenía otros sueños.
Una mañana llegan unos guardianes de- así se definen- el orden público, le desgracian al hombre el puesto, el jornal y le desgracian la vida. El hombre a los pocos días se mete fuego a lo bonzo e inaugura el germen de una revuelta en todo el norte de África.

Hay jóvenes con las manos metidas en los bolsillos del pantalón vaquero o de la chilaba que le dan vueltas y vueltas a la plaza pública, sin nada que hacer hasta la hora de comer . Hay poco pan, hay tristeza y salarios de hambre y estos jóvenes están muy hartos de esa vida porque esa vida no la ha soñado nadie, porque todo el mundo tiene sueños, aunque a los poderosos y a los asquerosos -valga la redundancia- les cueste creerlo.

Hay uno por ahí, que piensa que los sueños, la esperanza, la ilusión, son las parteras de la historia.

Hay hombres y mujeres que miran el cielo de Trípoli y casi pueden ver los ojos llenos de ternura del piloto de un caza, pertrechado con su uniforme de extraterrestre, que lanza, como confetis en una fiesta, su diarrea de bombas. A estos hombres y mujeres les gusta la luna menguante sonriendo desde arriba, les gusta que haya un estrellita titilando a lo lejos, les gusta pasear y hablar de esto y de lo otro por las calles. El avión que con su disturbio viene a liberarlos les gusta menos. Las personas somos así.

Hay un asesino que no sabe que es un asesino porque no ha sentido nunca en su mano el temblor del cuchillo quebrando la piel ajena, porque mira desde una infinita distancia las consecuencias de sus actos. Se trata de un asesino que se ofende si le llamas asesino y que le pone nombres con ínfulas poéticas a su barbarie, así ha dado en llamar daños colaterales a los cuerpos destrozados por las bombas y ha bautizado “Odisea del amanecer” a la guerra.

Hay una guerra televisada en la que sólo vemos lucecitas de colores que hasta parecen hermosear el cielo. Así vimos Bagdad hace unos años y consiguió la propaganda que el infierno nos pareciera una verbena.

Aunque a veces, en las morgues de los hospitales los reporteros filman y muestran a los muertos llenos de mundo y provocan un prurito de malestar en los mediodías del mundo libre, los cadáveres son una cosa fea, indigesta, que enseguida se amortigua desde el telediario con alguna cabriola de un futbolista famoso o con un meneo de caderas de una cantante poseída por el ritmo.

Hay uno que piensa que si la revolución se hizo por el pueblo y ahora el pueblo no quiere esa revolución, o quiere otra, no se puede hacer la revolución contra el pueblo.Si la revolución es contra el pueblo, piensa este amigo de los trabalenguas, para qué la revolución.

Hay un hombre que acecha y otro hombre que sufre. Hay una distancia como de aquí a la luna entre los que viven en palacios y los que apenas viven.

Hay petróleo en Libia pero eso no le importa nada a la justicia occidental, se sienten los justicieros agraviados y difamados cuando se les recuerda la existencia de ese oro líquido y negro. Hay petróleo pero eso no importa nada, hombre, nada les importa el combustible a los aviones que planean chuleando por las aldeas que serán arrasadas por su bien, nada les importa el petróleo a los bemeuves y los mercedes que transportan a los cachondos que firman las resoluciones de las naciones unidas.

Sigue habiendo gente en el mundo que cuesta menos que las balas que los matan, que decía el hermano Eduardo Galeano.




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